Sin sombrero: alegoría para tiempos inciertos.
Quitarse el sombrero hoy no es hoy subversivo, pero aquel día que lo hicieron Federico García Lorca, Salvador Dalí, Margarita Manso y Maruja Mallo paseando por la Puerta del Sol fue tan transgresor que les insultaron. Un gesto de librepensamiento inspirador para no dejar de ser nosotros mismos en estos momentos inciertos.
Cada vez que lo pienso, no puedo sino exclamar: ¡Una pandemia! Estoy viviendo una época histórica, algo que podré contar a mis hijos, un hito en la historia de la humanidad. Y lo vivo con temor, y con incertidumbre, aunque mi enfermedad ha sido leve. Y también lo vivo con cierto orgullo, por no haberme quedado atrás, por seguir siendo fiel a mi trabajo, a mi tarea, a mis ideales.
Así habla una amiga y compañera. Y es que hemos atravesado un vendaval. Un tiempo incierto que no terminará, pero que en cualquier caso, nos pilla más preparados. Y en medio de las luces y las sombras, de lo mejor y lo peor que surge en situaciones límite, traigo conmigo a mujeres de la historia, a lo que simbolizan. Con ellas un gesto: “Quitarse el sombrero”, y lo que representaría hoy, en otoño del 2020, al hilo de lo que vamos viviendo.
Las Sinsombrero
Es el sobrenombre de un grupo de mujeres de la generación del 27, o encasilladas en ella, que no estudiamos en los libros de texto. Es el título de un proyecto para darles visibilidad. Son mujeres que han permanecido invisibles por el silencio, que a veces, dicen, es peor que la muerte. Si somos fieles a la verdad, muchos de nosotros no conocíamos sus nombres ni sus obras, mientras que podríamos nombrar las de los hombres de la misma generación, aunque no fuéramos especialmente cultos.
Para “disculpar” el desconocimiento podemos argumentar que la guerra civil se lo llevó todo, y en parte es cierto. Un retroceso en los avances de la emancipación de las mujeres conseguidos en las décadas republicanas que marcó la cultura de las generaciones nacidas y crecidas en la dictadura.
Nombrar a algunas mujeres como Maruja Mallo, Rosario de Velasco, Marga Gil Roësset, María Teresa León, Josefina de la Torre, Rosa Chacel, Ernestina de Champourcín, Concha Méndez, Margarita Manso o María Zambrano, entre otras, nos hace ser conscientes de que no todas “nos suenan”. Mujeres pintoras, escritoras, filósofas… todas ellas amantes de la libertad, abiertas a la vanguardia y al mismo tiempo cercanas a lo popular. Comprometidas y valientes, muchas exiliadas, amigas y compañeras de los hombres del 27.
Este asunto de llamarlas “Sinsombrero” tiene relación con la anécdota que cuenta Maruja Mallo, en el documental de TVE del espacio Imprescindibles, en el que relata como un día en Madrid, Federico García Lorca, Salvador Dalí, Margarita Manso y la misma Maruja Mallo, pasearon por la Puerta del Sol quitándose el sombrero. Un signo transgresor que quería hacer notar la necesidad de liberar ideas, descongestionarlas. “Nos apedrearon llamándonos de todo”, dice Mallo.
Ejemplos para hoy
Una de las que más nos “suena” es María Zambrano. Quizá porque recibió, ya anciana, dos importantes reconocimientos: el premio Cervantes y el premio Príncipe de Asturias. Su filosofía es atractiva porque hace de la misma un camino de vida. La filosofía es así pregunta que proviene del caos, del vacío, de la desesperanza. Amiga de Ortega y Gasset y Zubiri, sigue su propio camino.
María Zambrano quiere humanizar la historia y la vida personal. Por eso se dice que su filosofía es el vitalismo. La razón vital de Ortega, adquiere en ella nuevos matices. La transforma en razón poética. Una razón transformadora del interior del ser humano, que tiene que ver con el amor. Filosofía y poesía son dos caminos que pueden conjugarse. Zambrano aspira a lograr que la razón sea un instrumento adecuado para conocer la realidad, ante todo la realidad de una misma. Propone asumir la propia libertad mediante el despertar de la conciencia personal.
La filosofa nos recuerda que lo propio del hombre y la mujer es abrir camino, porque al hacerlo pone en ejercicio su ser. La acción ética por excelencia es abrir camino. Este pensamiento de Zambrano nos viene muy bien para este momento. También recorrer su vida, exiliada y comprometida con la política, con la acción concreta. Dándose cuenta de la crisis de la modernidad que está viviendo, busca una salida en esa razón poética, que es casi mística. Ese es su matiz. Su obra más importante: El hombre y lo divino, fue publicada en 1955.
Un gesto simbólico
Este gesto, el de quitarse el sombrero, es todo un símbolo. ¡Qué bien nos vienen los símbolos para establecer relaciones con algo más abstracto que no alcanzamos! Remueven las emociones y conectan con las ideas haciéndolas más potentes. El gesto lo protagonizaron hombres y mujeres, compañeros de tareas y de goces, de artes y compromisos. Podríamos hacerlo de nuevo hoy.
Quitarse el sombrero no es hoy subversivo, porque no se lleva en señal de respeto sino de distinción. Y quitarse el sombrero es reconocer al otro, admirar su grandeza, reverenciar. Hoy lo podemos hacer ante tantas personas que se mantienen fieles en medio de la marea de la vida y de las circunstancias. Evocamos a las mujeres de principios del siglo XX, que lo hicieron para liberarse de opresiones ajenas y dejar que fluyeran las ideas, el pensamiento. Pero también lo hacemos ante tantas personas que no dejan de ser sí mismas pase lo que pase. Ya sea una pandemia, un cambio brutal en la circunstancia desde la que se trabaja y se vive. Ya sea por la enfermedad que te toca y te debilita y te derrumba. Ya sea en medio del duelo de la pérdida de un ser querido, al que además no has podido acompañar. Ya sea en el ejercicio de tu profesión, en medio del desconcierto y el miedo.
Muchas personas no han dejado de ser fieles a sí mismas, a lo que les identifica, y han atravesado el miedo y el dolor con pasos temblorosos pero pasos, al fin y al cabo. Ese es quizá, el heroísmo de hoy. Mantenerse fiel al ser, aún y sobre todo, en la adversidad. Ese ser es lo que hace a cada persona única e irrepetible. Ese ser es lo que no querrías perder por nada del mundo. Para algunos cumplir con el deber, para otros la solidaridad, para otros más la compasión, y así, hasta ciento.
Atravesando este tiempo difícil cada una nos hemos mirado al espejo y hemos dicho: mira, esta soy yo. Con mi sombra y mi luz. Con mis tendencias de orgullo y de control, con mis miedos e inercias. Pero también con mi generosidad, con mi necesidad de abrir caminos, con mis búsquedas y preguntas nacidas del desaliento, con mi propósito de hacer comunidad, de ser transparencia de lo Invisible, de ser divina en lo humano.
En esta tarea estamos todos, hombres y mujeres, y mejor si la cocinamos juntos, como esa “pandilla” que paseaba por la Puerta del Sol. Hacerla consciente es ya hacerla vida, en buena parte. No es cuestión de regodearse en el remordimiento de lo que no hice, de porqué no actué o porqué lo hice mal. Tampoco es para enorgullecerse, pues todo es don y si me creo superior ya no estoy en la dinámica de Aquél en el que creo. La vida continúa y nos sigue retando. Aprendemos y seguimos caminando. Somos camino, como diría Zambrano.
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