Como quien no quiere la cosa y sin pedir permiso Diciembre vuelve a colarse en casa. Ni llama a la puerta, con la familiaridad de los años entra y se instala al abrigo de la calefacción, como ese amigo que cruza el umbral y se apalanca en el sofá sin casi mediar palabra. ¿Y qué vas a hacer? Sentarte con él y sacarle un café con mazapán, porque al quitarse el abrigo deja al descubierto su corazón de Navidad y retoma su eterna conversación.
Una historia que ya conocemos pero no nos cansamos de escuchar porque siempre tiene capítulos nuevos, aquellos que vamos escribiendo con los años, sin olvidar melodías antiguas. Como esos villancicos que no se olvidan y que al cantarlos nos evocan a otros tiempos para reconocer el presente.
A ritmo de “Ande, ande, ande la Marimorena” armaba el Belén de niña, de mano de mi madre y tocando la pandereta que me regaló mi abuelo; mientras que ahora lo que montamos es un árbol más alto que yo, junto a mis hijos cantando “Jingle bells”. Un abeto que se despliega rama a rama y decoramos con figuras conservadas de cada Navidad, manualidades del colegio desempolvadas, dibujos y recortables colgados con hilo de lana de cuando iban a la guardería. Tampoco faltan las luces led y el espumillón.
Magia y recuerdos
Sin embargo, el brilli-brilli lo ponen los ojillos de alegría al colocar minuciosamente cada adorno, la impaciencia de verlo terminado, cada “espera, te ayudo a colgar la bola”, “¿recuerdas cuando me disfracé de pastorcillo en aquella función y de la profe de infantil?”, “el año pasado no llegaba ni de puntillas aquí”, “en cuanto lo terminemos envío una foto a los abuelos”…
Esa magia que se siente al poner las zapatillas a los pies de un árbol, que ya conoce nuestros deseos y ha visto cumplirse más de uno. Instantes que se arremolinan en la memoria y dan sentido a la vida, tejida en parte con momentos que saben a turrón y a ilusión de Noche de Reyes.
La mirada de un niño
Hasta la décima de segundo en la que todo se ilumina y, de la oscuridad, surge el singular titilar que hace latir el árbol y enciende nuestra Navidad. Ese escenario en el que abrazamos pasado y presente para mirar al futuro con alegría y esperanza. Siempre desde la cándida mirada de un niño.
Diciembre tiene esos ojos. Me gusta su visita, que alargaría más de un mes porque en su compañía se simplifican los problemas y anima a compartir sin excusas lo mejor de uno mismo con los demás. ¡Feliz Navidad!
Gema Moreno
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