Algunas personas viven como si nunca fueran a morir, entran en una dinámica de acumular riqueza, cuando la realidad es que la muerte siempre estará al final de nuestro camino. Y otros, por el contrario, se encuentran en permanente angustia porque se sienten morir; incluso existen personas que desafían a la muerte con conductas de alto riesgo o bien ponen su entusiasmo en la recompensa final.
La actitud más saludable es, sin olvidar que la muerte está al final de nuestro camino y que somos finitos, disfrutar de cada momento de la vida. Aunque es cierto que la muerte nos destruye, su presencia nos indica lo más valioso de la vida: la capacidad de disfrute.
El misterio de la muerte
La muerte es un fenómeno natural, determinable y previsible, pero también es jurídico y legal. Es un fenómeno cotidiano como los nacimientos, las bodas o las obras públicas, por poner sólo algunos ejemplos. Por esto, no solamente muere el señor Antonio, sino también, un padre, un ejecutivo, un esposo, etc. (sus diferentes roles en la vida) y la muerte produce cambios en su entorno familiar, social y laboral (Jankélévitch, 2002)[1].
Por una parte, la muerte es un misterio, y por otra, es un fenómeno familiar y cotidiano. No sabemos cuándo, cómo va a ocurrir, cuál será su causa, qué ocurre después de la muerte, pero al mismo tiempo frecuentemente (sobre todo cuando vamos siendo mayores) participamos en velatorios y entierros. Es una experiencia que compartimos con familiares, vecinos, compañeros de trabajo, etc.
Y surgen varias preguntas: si la muerte es un proceso natural, ¿por qué siempre produce extrañeza?, ¿por qué siempre ocurre por sorpresa? ¿por qué produce tanto sufrimiento? Podemos responder con Jankélévitch (202)[2] que la muerte como el amor siempre es nueva. Y además la muerte es lejana y próxima.
Pareciera que este fenómeno de la muerte sólo les pasara a los demás. Pero, a veces, un acontecimiento luctuoso (la muerte de un ser querido) es lo que nos puede hacer pensar en la universalidad de la muerte: “yo también tengo que morir”, podemos pensar.
El ser humano es mortal y gracias a ello es creativo y puede disfrutar de cada instante de la vida. Si fuera inmortal sería muy aburrido y estaría hastiado de la vida, pues siempre se podría aplazar cualquier decisión. Los animales, por el contrario, son “inmortales” pues no tienen conciencia de que algún día morirán. Así lo afirma Borges (1947)[3]: “ser inmortal es baladí, pues ignora la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal”.
Miedo a la muerte
El miedo es una emoción básica que ayuda a la supervivencia. El miedo a la muerte es una constante en la existencia humana, aunque no exista riesgo de muerte inminente. La persona, pues, pondrá todos los medios para no morir; en este sentido el miedo ayuda a vivir (evita, por ejemplo, las conductas de alto riesgo para la existencia, o bien, favorece poner todos los medios para no morir). Consecuencia: el miedo a la muerte protege a la vida.
Así, pues, un cierto gradiente de miedo a la muerte es sano; es patológico cuando produce ansiedad, tristeza o conductas disruptivas; o bien, ese “miedo a morir” se convierte en el centro de la vida y se vive tan intensamente que incluso puede llegar a paralizar la existencia. Este miedo no posibilita, ni ayuda, sino que limita a la persona. Podemos distinguir diversos miedos alrededor de la muerte: miedo al después de la muerte, miedo a la muerte del otro y miedo al sufrimiento alrededor de la propia muerte, entre los más frecuentes. Todo dependerá, entre otros factores, de cómo se ha vivido y el significado que damos a la propia muerte.
El miedo a la muerte es universal, como lo es también el miedo a la locura, pues, ambos conllevan la destrucción biológica o psicológica. En ambos casos es un viaje sin retorno. Por esto, nuestro instinto de conservación nos puede llevar a la negación de la propia muerte (desde la dimensión afectiva y emocional), aunque racionalmente sepamos que algún día tendremos que morir.
La vida está impregnada de muerte y el afán de todo ser humano es retrasar en lo posible el momento del fatal desenlace. Parecería como si toda persona, aun sabiendo que ineludiblemente tiene que morir, su objetivo último es demorar ese momento lo más posible. Es decir, aunque sabemos que vamos a morir, incluso la muerte natural (en un hospital después de una larga enfermedad y en agonía) siempre llega demasiado pronto y siempre está acompañada de sufrimiento.
Misterio y miedo
Ambas vivencias se retroalimentan: el misterio es algo que no se puede explicar, comprender o descubrir, y la muerte de alguna manera cumple con esas premisas. Y éste aspecto, es uno de los factores que influyen en la aparición del miedo. Misterio y miedo a la muerte, pues, son dos características necesarias para poder vivir la vida: el misterio nos sitúa en una situación de expectación sobre el día, el lugar y el cómo de la muerte y el miedo saludable hace que no nos aferremos a la vida como si fuera indefinida.
Alejandro Rocamora Bonilla
[1] Jankélévitch, V. (2002). La muerte. Valencia. Pre-Textos, p. 17
[2] Íbidem, p. 20
[3]Borges, JL: (1947) El inmortal
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