Nadie coge un tren, un autobús, un avión… porque le guste el logotipo o el color del mismo. Sino porque confía mucho en alcanzar un objetivo que desea y se entrega a quien se encargará de lograrlo. Nadie entra en un quirófano sin confiar en los profesionales y en el éxito de la intervención para lograr una situación mejor de la que se encuentra. Nadie pone agua en una cazuela al fuego sin confiar que, pasado un tiempo, se calentará. Y es que, esperar es confiar. Confiar mucho.
José Carlos Bermejo
(Foto: Joshua Earle para Unsplash)
Confiar es descansar sobre alguien más grande y más fuerte que uno en el ámbito en el que se espera algo. Alguien que nos ayude a permanecer firmes en medio de la incertidumbre y el anhelo. La mayoría de las buenas relaciones se basan en la confianza y el respeto mutuos.
La esperanza para nuestro mundo es, según Ernest Bloch, el filósofo marxista, apenas explorado. Y solo el que se atreve subjetivamente con la máxima confianza y lucha con el valor de la desesperación tiene probabilidades de ganar algo incluso objetivamente, es decir, de posibilitar el mañana desconocido.
Para Laín Entralgo, en su precioso trabajo sobre la antropología de la esperanza la esperanza es “espera confiada”, y espera confiada es el vivir de quien existe despreocupadamente. Esperanza y confianza son, pues, los elementos básicos de la estructura antropológica de la esperanza.
José Carlos Bermejo
(Foto: Joshua Earle para Unsplash)
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