La pandemia ha pronunciado la soledad de las personas mayores en las residencias, hasta tal punto que si no acaba con ellas el virus podría hacerlo el aislamiento de los demás. Algo que nos plantea si debemos cambiar el modelo asistencial actual para paliar los efectos nocivos para la salud del confinamiento.
5 de septiembre de 2020. Una nueva sospecha de un contagio por coronavirus ha provocado el cierre de la Residencia y la imposibilidad de visitar a los usuarios. Hoy Juliana cumple 93 años. Se quedó viuda a los 39 años y con ocho hijos. Es un cumpleaños sin tarta y solamente sus hijos y dos yernos la pueden cantar el cumpleaños feliz desde una verja, a 15-20 metros de distancia. Un ramo de flores y un perfume son los regalos. Pero Juliana no comprende que sus hijos no se acerquen a ella, ni que no pueda abrazarles. “¿Por qué no entráis?”, dice. “Estamos en tiempos de pandemia”, se le intenta explicar.
Esta es una de las miles de historias que podríamos traer para ejemplarizar la soledad del anciano ingresado en una residencia en tiempos de pandemia. Junto a la soledad intrínseca de cada persona se junta la soledad producto de esta adversidad global. ¿Debemos cambiar el modelo asistencial actual de las Residencias de ancianos? ¿Cómo se pueden paliar los efectos nocivos para la salud de nuestros mayores por el confinamiento?
La soledad
El ser humano no es solo relacional, sino que es relación, pues necesita al otro para existir. Sin el otro hubiera sido imposible subsistir y evolucionar. Por esto, podemos afirmar que la soledad es un sentimiento intrínseco del ser humano, pues surge como consecuencia de su vulnerabilidad, su finitud y su imperfección.
La soledad se puede entender de una doble manera: “estar solo”, que puede ser voluntaria o involuntariamente, que implica falta de compañía; y “sentirse solo”, no es buscada, y se refiere a la incapacidad del sujeto para compartir proyectos y problemas. Generalmente cuando se habla de soledad se hace referencia a la primera acepción y se alude a los excluidos y/o abandonados: ancianos, separados, solteros, etc. Pero también existe una “soledad en compañía” que es más dañina.
Sentimiento de soledad involuntaria
Ante todo, debemos decir que la soledad, en sentido estricto, no es una enfermedad, ni un cuadro psicopatológico, sino un radical humano, es decir un componente esencial de la existencia humana. En la dialéctica entre soledad y vinculación es como se va desarrollando el ser humano. Recordar con Freud la fábula del puerco espín: se encuentran distanciados para no pincharse, pero próximos para darse calor. Esta situación “equidistante” entre los seres humanos es la que favorece el crecimiento del “yo” y el “tu”. Debemos respetar la intimidad del otro, pero no por eso debemos aislarnos.
Por esto, podemos afirmar que el contacto con el otro es necesario no solamente para cubrir nuestras necesidades físicas y de afecto y desarrollo personal, sino para fortalecer nuestra propia existencia. El buen desarrollo psicológico es aquel que traspasa el Yo, para llegar al Tú y formar un nosotros acogedor y catalizador de la felicidad del sujeto.
El sentimiento de soledad, por definición, es una imposibilidad de transmitir nuestras vivencias agradables o desagradables. La soledad en definitiva es un problema de comunicación: estamos solos porque no sabemos o no podemos comunicarnos. Es una carencia en el com-partir.
Pandemia
Toda situación de adversidad (muerte, enfermedad, paro, pandemia, etc.) generalmente aparece sin estar preparados y produce un cambio en el sujeto. Siempre hay un antes y un después. Con la pandemia por coronavirus ha ocurrido lo mismo: una inmensa sorpresa, un intenso miedo por las consecuencias y una incertidumbre, que ha reforzado los vínculos familiares y sociales para neutralizarlos. Así ocurrió durante la cuarentena con la disponibilidad de ayuda a los vecinos más necesitados, la solidaridad con el personal sanitario saliendo a aplaudir a los balcones o la intensificación de las video llamadas entre amigos y familiares. Pero, ¿qué ocurre en la mal llamada “nueva normalidad”? Como en toda normalidad aquí tampoco existe un “manual de instrucciones” que nos diga qué tenemos que hacer o cómo solucionar las situaciones imprevistas.
Pero, una cosa está clara: necesitamos al otro para seguir viviendo, no solamente en el plano biológico sino también en el plano psicológico y social, independientemente de dónde estemos, cómo estemos y la edad que tengamos. También, pues, las personas ingresadas en una residencia de mayores necesitan a los suyos (padres, hermanos, hijos, nietos, etc.) para seguir viviendo. Todo esto es más imprescindible para las personas mayores y mucho más para las personas con déficit cognitivo.
Esta pandemia tiene tres aspectos que deberían ser atendidos en perfecto equilibrio: vencer a la enfermedad, mantener a flote la economía y cuidar la salud mental de las personas. En nuestro caso de las personas mayores. Si se rompe ese equilibrio, por intensificación de uno de los tres aspectos o por descuido en atender a alguno de ellos, estaremos contribuyendo a un conflicto generalizado. Es cierto que el control de la pandemia puede ser lo prioritario, pero al tomar medidas habría que tener en cuenta tanto el factor económico como de salud mental, sobre todo en los más débiles.
La soledad impuesta es la que siente Juliana, la mujer de nuestra historia, que a sus 93 años no puede abrazar a sus ocho hijos, ni a sus 16 nietos, ni a sus 15 bisnietos, que son su mundo y su acicate para seguir viviendo. Esto se pone de manifiesto cuando tiene en brazos a su última bisnieta o da una propina de unos céntimos a los bisnietos de seis años. Su cara se transforma y es como si sintiera un aliento de vida. Es su mundo, que, con la normativa del confinamiento, ha quedado reducido a unas mascarillas y a una distancia social saludable que ni entiende ni comprende.
Además, partimos del hecho que existen investigaciones que afirma que la soledad y aislamiento influye de forma significativa en los ancianos, incluso acelerando el momento de la muerte. Está asociada con el deterioro de la salud mental del usuario (aumento de ansiedad y tristeza, falta de apatito, insomnio, falta de estímulo para seguir viviendo, etc.)
Buscando soluciones
Toda adversidad (y la pandemia es una adversidad global) nos posibilita un cambio. Es cierto que es un peligro de un desarrollo negativo personal y comunitario, pero también, nos ofrece la posibilidad de “otra normalidad” de la realidad. En el caso de las residencias, sería pasar de un concepto puramente empresarial de las residencias (forma de ganar dinero, aunque legítimo) a una forma de atender a nuestros mayores de forma personalizada.
Por esto, teniendo como ejemplo algunas residencias que han tenido escaso contagio por coronavirus (Singapur y Hong Kong) y un documento de la Fundación la Caixa (Apuntes sobre la estrategia del Programa de Personas Mayores en relación con la COVID-19) señalamos algunas pistas de solución:
1.- Se precisa un cambio de modelo de Residencias: ahora predomina un modelo asistencial con clara orientación a la eficiencia y habría que implementar un modelo centrado en la persona (priorizando sus necesidades). En otras palabras, se debería pasar de un “modelo centrado en actividades”, a un modelo preocupado por el “ser”: que el residente encuentre sentido y significado a su vida en ese momento. Es decir, habría que procurar vivir la vejez con realismo y responsabilidad en el ambiente personal, relacional y familiar.
2.- Cambio de la estructura física: habría que pasar de las macroresidencias, que masifican al usuario, al modelo danés convirtiendo a las residencias en pequeños núcleos de convivencia parecidos a los de una vivienda. Se personalizaría más la asistencia y se evitarían los riesgos de la institucionalización.
3.- Se deberían potenciar otros dispositivos asistenciales como la ayuda a domicilio, donde cada persona pueda seguir viviendo en su entorno: barrio, vecinos y familiares.
4.- De alguna manera las Residencias deberían estar conectadas de forma real con la comunidad y no constituir un lugar ajeno y extraño.
5.- Mejorar la situación contractual de los trabajadores de las Residencias y su capacitación y formación para conseguir una atención más humanizadora y eficiente.
Mirando al futuro
Espero que en breve podamos abrazar y besar a nuestros mayores. Mientras tanto sería necesario, sin olvidar los estragos de la enfermedad por el coronavirus y las consecuencias económicas de la COVID-19, tener presente el aspecto psicosocial de esta situación y sobre todo de las personas que están en las residencias. Los/as miles de “Julianas” nos lo agradecerán.
Alejandro Rocamora Bonilla
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