Hace algún tiempo que leí esta bella parábola, que quiero compartir contigo, querido lector:
“Los girasoles, como su nombre nos indica, se inclinan hacia el sol buscando su supervivencia. Sin embargo, en los días nublados o lluviosos, con escaso sol, no se marchitan (como ocurre con otras plantas) sino que se vuelven unos hacia los otros, como en un abrazo mágico, para compartir sus energías y no morir”.
Se me ocurre pensar que, en este tiempo de pandemia, donde nos puede faltar el calor de los familias y amigos por la necesidad del “distanciamiento físico”, hagamos como los girasoles y no nos aislemos, sino que al menos virtualmente sepamos darnos “calor” unos a otros para superar esta adversidad.
Te necesito para crecer y dar fruto
El ser humano, como los girasoles, necesita al otros para crecer y poder dar fruto. El vínculo y el apego es lo que nos posibilita seguir viviendo. Sin los otros, el bebé no podría existir; el adulto, sin el amigo o familiar, podría vivir, pero no crecer psicológicamente; y el anciano, sin el otro podría morir de soledad.
Tras los atentados de las Torres Gemelas (Nueva York 2001) se acuñó el término “efecto unión” para significar que tras esa grave adversidad las personas supieron reforzar sus vínculos para protegerse del enemigo común: los terroristas.
De pared a peldaño
Así, pues, sobre todo en los “días nublados” (muerte, enfermedad, pérdida de trabajo, ruptura sentimental, etc.) necesitados el “calor” de los demás y convertir “la adversidad” en una posibilidad de crecimiento. Como diría Rilke así “convertiremos la pared (adversidad) en un peldaño”.
Alejandro Rocamora Bonilla