Primero fue vecino en la torre. Luego colega profesional. Y finalmente amigo.
Después de jubilarnos recibo un correo de Leonardo convocándome, si quiero, a un concurso con reglas domésticas y amistosas. Cada semana él nos pone una prueba mediante una foto y unas ligerísimas pistas. Tenemos que localizar el lugar, siempre en Madrid capital, y aportar si es posible algún dato más fruto de nuestra investigación. El premio, a fin de año, es un chocolate con churros en grupo. Puntualmente cada domingo, a las 24 horas, llega el correo con la última solución y con el reto de la semana siguiente.
Su intención, aparte de mantener un contacto, seguro que era el sacarnos de casa y hacernos patear nuestra ciudad en busca de un determinado rincón singular. Y conocer historias y leyendas lejanas.
Algunos hacemos trampa, y él lo sabe. Por razones de agenda personal y compromisos previamente adquiridos, yo no puedo reservar un tiempo en la semana para salir a la calle en busca y captura, y hacerme un selfie en el lugar de los hechos. Otros sí lo hacen, pero no puntúan más. Así que mi búsqueda es sólo a través de internet. Más pobre, pero al tiempo me hace ver la cantidad de recursos que hay dentro de mi ordenador y del de todos los demás. Y en general resulta suficiente para la resolución del problema.
Minucias trascendentales
Con tan exhaustiva busca por Google, a veces pienso, y quizá se lo he dicho alguna vez, que deberíamos ofrecernos a algún organismo oficial como grupo de apoyo para la investigación de cualquier tema mediante la visualización de páginas y páginas de internet y Google maps. En astronomía ya existen grupos de aficionados que colaboran con los profesionales en el visionado de archivos captados por los telescopios “gordos”, y que los investigadores principales no tienen tiempo de entretenerse con minucias que a veces resultan trascendentales.
Hemos encontrado leones emboscados en fachadas, portales con paso de carruajes de los de antes, interiores de arquitectura impensable, balcones modernistas, placas de premios Nobel o de escritores españoles o extranjeros, iglesias exclaustradas convertidas en bibliotecas o restaurantes de lujo o mercados…
Levanta la vista más arriba de la acera
Pero yendo a lo de cada uno, y sin concurso de por medio, en cualquiera de nuestras ciudades, Madrid, Bilbao, Vitoria, Toledo, Segovia, hay multitud de fachadas singulares en las que no hemos parado mientes simplemente porque no levantamos la vista más arriba de la altura de la acera, o placas conmemorativas de la estancia de personajes ilustres, o portales con encanto, o iglesias con historias semiocultas.
Utilizar la ciudad, nuestra ciudad de toda la vida no sólo para ir de un sitio a otro a veces con celeridad innecesaria. Pasear llevando la vista al menos hasta el segundo balcón, escudriñar los huecos.
En Segovia el esgrafiado de las fachadas (sugerencia para una próxima visita) es un bien cultural del que existen incluso estudios matemáticos sobre el número de sus posibles figuras geométricas. Muchos nativos lo ignoran (el cálculo pero también el concepto ornamental). Con buen gusto, la técnica se sigue aplicando incluso en edificios modernos aunque la cosa venga de siglos.
La casa donde yo nací
Pongo dos ejemplos que no son muy especiales, pero que sé que se enseñan en algunas visitas guiadas sobre el tema. Para mí sí son especiales. El primero, el de la calle de la Plata en el arrabal de Santa Eulalia, es la casa donde yo nací (antes las cigüeñas nos llevaban directamente a casa); el segundo, en la calle Almira, en la parte inicial del Acueducto es la casa donde nació mi padre. No son los mejores esgrafiados de la ciudad, pero ahí están. Humildes, pues.
Estas casas no tienen placa conmemorativa. Por ahora.
(Links de interés):
Pepe de Lucas Ruiz
(Imagen, fachada con esgrafiado, sofiazchoice.tumblr.com )