Recuerdo un libro con un título parecido: “Más Platón y menos Prozac” de Leon Marinoff, en 1999. Su tesis principal era que la filosofía es la que puede dar respuesta a los problemas existenciales de la vida cotidiana (soledad, ruptura sentimental, vacío, muerte, etc.) y no la farmacología. Por esto el autor nos acerca al pensamiento de grandes filósofos: Sócrates, Kank, Platón, etc.
Por otra parte, el Prozac es un antidepresivo que se comercializó, en España, alrededor de los años 1990, con el apodo de la “pastilla de la felicidad”. Poniendo todo el énfasis en sus efectos placenteros. Pero la dura realidad testificó que en los estados normales de la afectividad el efecto de este fármaco era nulo. Entre las “virtudes” del Prozac se señaló los escasos efectos adversos y las escasas interacciones con otros fármacos lo que permitió que se prescribiera no solo en los Centros de Salud Mental, sino también en los Centros de Atención Primaria. De esta forma sus ventas se incrementaron exponencialmente.
Hoy se me ocurre este nuevo título: “Más sentido y menos Orfidal. Contraponiendo la visión de V. Frankl (psicoterapia del sentido) al tranquilizante de moda: el Orfidal. Este se encuentra entre los 10 fármacos más vendidos en España en 2021 (alrededor de 7 millones de unidades en un año). Es un fármaco contra la ansiedad.
¿Qué entendemos por sentido?
Para V. Frankl el sentido es personal y por tanto cada sujeto debe encontrarlo: no puede ni darse, ni inventarse, sino que debe descubrirse. Por esto en cualquier situación toda persona puede encontrar el sentido a su padecimiento incluso en la “triada trágica”: sufrimiento, culpa y muerte.
- Frankl plantea que no debemos preguntarnos sobre el sentido de la vida en general, sino sobre el sentido de mi vida en esta situación, de la misma manera – afirma- que no podemos preguntar a un ajedrecista cuál es la mejor jugada, pues dependerá de la situación concreta de la partida.
Así, pues, descubrir el sentido está a medio camino entre la percepción y la vivencia del “ajá lo encontré”. El sentido es algo más que un saber cognitivo (motivos).
Encontrar el sentido de una situación (traumática o no) es un proceso y es aportar algo nuevo a esa vivencia. Es como redefinir el acontecimiento. Es como descubrir la luz en la inmensa oscuridad de la adversidad. La oscuridad no desaparece, pero surge la claridad de la luz. La luz (el sentido) está en la oscuridad (acontecimiento vital) pero debemos encontrarla.
El sentido se puede manifestar en la atención a la familia, el trabajo, el ser ejemplo para los demás, en transmitir lo que uno ha aprendido en la vida, en el voluntariado y un largo etcétera. De esta forma nos autorrealizamos y consecuentemente encontramos la felicidad.
Claves para encontrar el sentido en la vida
Tanto en el éxito como en el fracaso hay que encontrar el sentido. Por esto, ante los acontecimientos de nuestra existencia debemos tener una actitud de apertura, como la primera clave para encontrar el sentido. ¿Cómo hacerlo? Preguntándonos no, ¿por qué ha ocurrido esto?, sino el ¿para qué ha ocurrido? La razón es sencilla: el por qué intenta explicar la situación (está muy indicado en las ciencias positivistas como la medicina), y el para qué nos ayuda a comprender lo que ha ocurrido en el proyecto existencial de la persona (muerte, enfermedad, culpa, éxito). Es más propio de las ciencias humanistas y se centra más en el futuro que en el pasado. Es una pregunta proactiva. Nos hace poner las “luces largas” de nuestra existencia y nos hace centrarnos más en la solución que en la causa del conflicto.
Otra clave es la “importancia del nosotros” en la resolución de los conflictos. V.Frankl ( 1988)[1]lo llama autotrascendencia. Y lo formula así: “el ser humano apunta y está dirigido siempre a algo distinto de sí mismo, o mejor dicho, a algo o alguien distinto de uno mismo, concretamente a valores que hay que realizar o a otros seres humanos a los que hay que salir al encuentro amorosamente”.
En la experiencia cotidiana, en el acompañamiento a las personas, una cosa es evidente: lo que ayuda es la proximidad, la solidaridad, la transferencia positiva. Por esto, es necesario crear un clima de comprensión, no de razones, para abortar el sufrimiento. Debemos pasar de un tú, y un yo, a un nosotros, que potencie un clima de confianza y seguridad y supere el desfase entre el individuo y su medio. De ahí que el compartir el sufrimiento lo hace menos sufrimiento, como el compartir la alegría la hace más grande.
Es saludable poner palabras a los hechos, pero lo que realmente sana es la actitud de nuestro interlocutor. Su actitud de acogida es lo que nos permite ir construyendo un “nuevo estar” en nuestra existencia. Por esto, es necesario echar el ancla en un “nosotros” fuerte y acogedor para ir reconstruyendo la existencia. Autotrascenderse.
La tercera clave es “educar en la responsabilidad y en la libertad”. V. Frankl niega todo determinismo y hace crítica de Freud. Ni la herencia ni las vivencias infantiles son determinante en la constitución de la personalidad. Siempre habrá un “libertad para…” elegir la actitud que tomamos ante la adversidad. Es decir, no podemos elegir padecer o no una adversidad, pero siempre podremos elegir qué actitud tomamos ante esa adversidad. Como bien dice Noblejas (2000)[2] “la responsabilidad es la capacidad de responder libremente a las preguntas que ofrece la vida, en cada situación en que nos encontramos. Así como asumir las consecuencias o efectos de nuestras decisiones”.
Y, por último, señalamos el humor como clave para encontrar el sentido. Y lo ilustramos con esta historia de vida: Juan es una persona de setenta años. Acude a la consulta de psiquiatría, pues “el médico de Atención Primaria me ha dicho que tengo depresión”. Durante la entrevista se muestra de buen talante e incluso con una pizca de humor. Vive con su esposa diagnosticada de Alzheimer y una hija con el Síndrome de Down. De su boca no sale ni una queja, ni un reproche a la vida. Incluso se permite ironizar cuando relata que todos los días juega una partida de parchís con su mujer y su hija y “normalmente gano”, apostilla.
Conclusión
Una de las características de nuestro mundo occidental es la fobia al sufrimiento. Tanto al sufrimiento físico como emocional. Deseamos soluciones inmediatas y que se produzcan con el mínimo esfuerzo. Es una de las razones por las que los problemas psicológicos (ruptura sentimental, duelo por la muerte de un ser querido, padecimiento de una enfermedad mortal, etc.) se intentan “solucionar” con fármacos. Estos a veces son necesarios, pero siempre son insuficientes.
De ahí, que sería aconsejable que ante los problemas de la vida cotidiana estuviéramos más dispuestos a buscar “el sentido” de la adversidad, que, a la solución fácil del fármaco, que puede neutralizar el síntoma, pero no la angustia profunda. Es decir, no enmascarar el sufrimiento con el fármaco sino intentar encontrar el sentido de la vida en cada una de las situaciones adversas que nos ocurre.
Por esto, en este inicio del año, en que todos hacemos propósitos para mejorar nuestras vidas, propongo, pues, este objetivo: “Más “sentido” y menos Orfidal”. Feliz año 2023.
[1] Frankl, V. (1988). La voluntad de sentido. Conferencias escogidas sobre logoterapia. Barcelona: Herder, 3ª edición, (original 1982).238-243
[2] Noblejas, M. A. (2000). Palabras para una vida con sentido. Bilbao: Desclée De Brouwer, p. 42
Alejandro Rocamora Bonilla