Desde el aislamiento institucional al que estoy sometido contemplo, desde la ventana, una calle vacía, casi sin ruidos, sin risas de niños y una cierta tristeza en el ambiente. En este día de primavera parece como si la naturaleza se hubiera puesto en sintonía con nuestros sentimientos de preocupación y tensión ante la amenaza del coronavirus y veo que las nubes cubren el trozo de cielo que contemplo.
Dice Spinoza que los dos sentimientos básicos del ser humano son el miedo y la esperanza. Entre esos dos extremos, supervivencia y crecimiento, discurre nuestra existencia. Yo añadiría que los dos deben estar bañados por la solidaridad. Si gana el miedo el ser humano se empequeñece, se incapacita para seguir progresando; si vence la esperanza el individuo avanza y se sitúa en una dinámica positiva de la vida.
Miedo
El miedo, pues, es una mirada hacia las consecuencias trágicas de la vida y solo propone la paralización, la huida hacia adelante o la defensa. Las dos primeras formas de reaccionar nos conducen de alguna manera a un falso afrontamiento: la paralización nos incapacita para tomar alguna decisión y la huida hacia adelante nos obliga a tomar medidas que ponen en riesgo nuestra propia integridad y la de los demás. En nuestro caso concreto, estas dos posturas nos llevan a no poner ninguna medida para solucionar el problema, o bien, vivir como si el virus no estuviera entre nosotros. Como se comprenderá ambas posiciones son temerarias e inaceptables.
Esperanza
La esperanza y la solidaridad son las dos armas psicológicas que tenemos contra el coronavirus. La esperanza es una mirada de futuro, de confiar en nuestro sistema sanitario, en nuestros políticos, en nuestros ayudadores oficiales (fuerzas y cuerpos de seguridad) y en nuestras propias posibilidades para vencer esta pandemia. La confianza propia y en el otro (familiar, amigo, vecino, etc.) será un buen soporte que nos lleve a una pronta resolución del conflicto.
Solidaridad
La solidaridad es el otro soporte. Soy solidario no solamente cuando ayudo al otro, sino, en nuestro caso, me quedo recluido en casa y si por necesidad tengo que salir mantengo la distancia saludable; también soy solidario cuando hago una llamada a una persona que se encuentra sola o cuando me ofrezco a algún vecino a traerle el pan, por poner solo algunos ejemplos. En definitiva, la solidaridad consiste en pensar en el otro y no en uno mismo.
El miedo comprensible y humano, pues, se combate con la esperanza y con una pizca, al menos de solidaridad.
Me imagino que esta experiencia es un “mal sueño” y me despertaré y sentiré el bullicio de la calle, la sonrisa de los niños y los abrazos ya no serán virtuales sino reales. Entonces la esperanza y la solidaridad habrán vencido al miedo.
Alejandro Rocamora Bonilla, médico psiquiatra
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