Hoy, mientras atendía a una persona mayor de la Residencia que está en la fase final de la vida, he visto que se santiguaba y que me hacía gestos para que yo hiciera algo que yo no entendía…
Después de auscultarla y ponerle el tratamiento para que respirara mejor y estuviera tranquila, me ha surgido preguntarle: ¿Quieres rezar? Ella me ha asentido con la cabeza. Y he rezado un Padre Nuestro, flojito, casi en un susurro. Ella me daba besos en la mano.
Me ha salido sin pensarlo, la verdad. No era una idea preconcebida. Solo sentía que eso era lo que ella necesitaba.
La necesidad espiritual y religiosa
En estos lugares, las Residencias públicas, los servicios de urgencia de un hospital, espacios diversos donde se atiende a la gente… a veces no se dispone de servicios específicos para atender estas necesidades, y a menudo no hay tiempo de “llamar a alguien más adecuado”.
Me da pie a plantearlo en las reuniones de equipo, y así como avanzamos en otros aspectos que humanizan, hay que buscar cauces para que la necesidad espiritual y religiosa, especialmente en el final de la vida, se atienda mejor en los centros públicos. Porque llama la atención que pongamos el Belén, que adornemos las salas y pasillos, que anunciemos con luces la “Feliz Navidad” y que esa necesidad se quede “en el aire” por ese exagerado afán de la aconfesionalidad.
Los profesionales creyentes estamos por todas partes, y a veces, lo mismo que damos una caricia, si alguien nos lo pide, ¿también podemos y debemos rezar?
Rosa María Belda Moreno