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La cadena del ser

17/12/2024

 

Es un tópico o lugar común de la literatura y el arte de la Edad Media, el Renacimiento y el Siglo de Oro, tratado de forma magistral por Francisco Rico, filólogo, académico y maestro a lo largo de la carrera a través de su Historia y Crítica de la Literatura Española. Es en El pequeño mundo del hombre (1970, Alianza y Destino) donde el autor relaciona en íntima simbiosis el microcosmos humano y el gran macrocosmos del universo,  conduciendo todo ello a la cadena del ser y de la vida.

 

CUANDO SE ROMPE EL ALMA

El simbolismo de la cadena en el sentido de engarce entre lo más nimio y lo más grandioso lleva asimismo a lo generacional. Todo se relaciona y nos relaciona entre sí.

Tras ya varias caídas, el viernes 30 de agosto a mi padre se le rompió la cadera. Un dolor inmenso. Vinieron a buscarlo en ambulancia y camilla para llevarlo a observación al hospital. Con mi voz interior me despedí: “Adiós, papá”. ¿Cuándo nos volveríamos a ver? Sin yo saberlo, se me estaba resquebrajando el alma.

Ese mismo sábado lo visitaba en la clínica Quirón. Le abrieron vías para suministrarle calmantes y oxígeno. Me cogió la mano, no quería soltármela. Como nunca. Volvía tranquila a casa.

El martes 3 de septiembre lo operaban ­­–tenían que traer la placa y el clavo de sujeción–, la intervención fue bien. Creo que jueves y finde volví a visitarlo, con las conexiones y la medicación reglamentaria se le veía avanzar progresivamente. Y el lunes 9 lo llevaban a la residencia – centro de rehabilitación Cuidad2, entre Zaragoza y Cuarte, de entonces solo 20 usuarios y la garantía de una óptima rehabilitación en la mayoría de los casos. No había podido ir mejor.

 

UNA LENTA REHABILITACIÓN 

El centro se sitúa junto al CEIP (Centro de Educación Infantil y Primaria) Pilar Bayona. La segunda semana de mi padre en la resi coincidió con la apertura del curso escolar. Los pequeños aprenden a leer, a comunicarse, a convivir. Los mayores, a volver a dar sus primeros pasos, a valorar el cariño de los suyos, a ir envejeciendo y aceptando los límites, a tomar dignamente el camino de retorno. Y todos aprendemos, de rueda en rueda, a ser parte de esa cadena que no termina nunca. Porque todo parecía ir marchando sobre ruedas.

Pero lo veíamos hinchado, no podía flexionar las rodillas, tenía dolor. Ni jueves ni viernes consiguió orinar. Le colocaron una sonda y el sábado vuelta al hospital, esta vez Viamed Montecanal. Y aquí hago un inciso. Me alegro de que todos logremos la igualdad, de que inmigrantes y diversos logremos un lugar digno, pero aquel médico cubano nos asustó. Remitió al enfermo al hospital Clínico Universitario Lozano Blesa, donde el equipamiento para diálisis es mejor. Me eché a llorar.

Comenzó a expulsar líquido y esa misma noche volvía a la anterior clínica. No era para tanto, en dos o tres días perdió 15 litros, es decir, 15 kilos de peso. Volvía a ser él. Ahora por segunda vez en la residencia de rehabilitación Cuidad2, polígono de Valdeconsejo, Cuarte. Enseguida contacté con la fisio, Andrea, una profesional de altura para todos los residentes, y comenzamos a compartir: “Tenemos una fotografía de las que hacen historia, yo con cinco añitos, él dándome un beso de película. Fue una época dura. Desde el 57 en que haría la mili no volvería al pueblo. Un sencillo taller, unas oposiciones por las que se haría ejecutivo de Correos y Telégrafos. A mi padre le dolió jubilarse, fue un auténtico duelo por la vida que irremisiblemente iba pasando”.

Comenzaban las primeras lluvias. Decían que este invierno iba a ser duro y deseaba que para entonces no estuviese ya allí. Los días iban pasando entre visitas, gimnasia y terapia de grupo con los otros compañeros. Se hacían largos, demasiados largos. Teníamos que estar también con mi madre en casa. Su primera vuelta en las paralelas fue una fiesta. Y seguía escribiendo: “Es duro ir envejeciendo. Pero al menos ir pasando del arnés y la grúa, a la silla de ruedas, al andador, y después al bastón, supone una satisfacción indescriptible. Lo peor es cuando sucede al contrario”.

Confiábamos que volviese a casa por Navidad. Regresaba el lunes 28 de octubre.

 

HAY UN PUNTO DE LUZ 

Siempre nos fuimos superando. “Habitación n.º 64 del hospital San Juan de Dios de Zaragoza. Mi madre estuvo dos días hospitalizada a consecuencia de mi parto. Estancia por día: 125 pts.; quirófano: 250 pts.; material de curas y medicaciones: 212 pts. Total: 712. Un dineral entonces para mi padre, que acababa de sacarse las oposiciones a Correos”. Los datos los hallé en un bolsillo de su chaqueta de boda, la misma que llevó en mi bautismo.

Hoy puede levantarse ya él solo, y caminar con andador por casa, y también un poquito en la calle. Ha superado la prueba, aunque nos hemos convertido en codependientes.

Después de muchas décadas y más vicisitudes, tantos silencios, luchas y alegrías, llegué a dedicarle en el poema XV de El penúltimo ocre: “Tu corteza, aun con todo, continúa tan tersa, / si acaso algo rugosa en su interior. / No me importa, papá. / Porque sigo queriéndote, tan iguales / y tan polos opuestos, / haz y envés de una misma nervadura. / He visto derramársete el silencio / en forma de rocío por tus ojos / siempre que te emocionas por una nimiedad. / Quieres disimularlo, y tú no sabes / que te quiero por eso”.

Hoy mi madre y mi padre, ambos dos, al unísono, podrían rubricar estas palabras: “He competido en la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe” (segunda carta de San Pablo a Timoteo, 4, 7). Quizá ganar el oro no esté en esta tierra, o acaso en parte sí.

 

Por María Pilar Martínez Barca, poeta

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