El mayor éxodo desde la Segunda Guerra Mundial. De una parte, los que huyen y se convierten en refugiados. De otra, la solidaridad de todos. Mil y una historias tan duras como humanas. Nos pertenecen a todos.
Éxodo y discapacidad
Natalia, niña de Chernóbil, de cabello negro y morena nos relata su experiencia en su enésima vez que viene a España, esta vez por la guerra. “Mis padres me dejaron en el orfanato, no sé de dónde soy. Dicen que si latina, o india. Allí viví con muchos niños con discapacidad, no solo por los gases; sus mamás bebían o se drogaban antes de tenerlos”. Ahora es su suegra quien necesita asistencia, se quedó en Kiev al cuidado de unas primas y familiares. “Allí los discapacitados sí tenían ayuda, dentro de lo poco que hay”. El sueldo de un maestro equivaldría en grivnas a unos 300 € al mes.
La esquiadora paralímpica Olena Iurkovska, con 18 medallas en su haber, logra escapar de Brovary, a 20 kilómetros de Kiev, con sus dos hijos mellizos de 11 años y dos gatitos. Ahí es nada 736 kilómetros, 27 horas seguidas conduciendo, hasta llegar a un centro de rehabilitación en Lviv Oblast. Compartirían albergue otras 125 personas: 40 niños y 3 bebés, 15 de ellas en silla de ruedas. De ahí a cruzar fronteras, en Zaragoza la esperaba su compañera y amiga Teresa Perales, paralímpica también en la modalidad de natación y Premio Princesa de Asturias.
No todos tuvieron esa suerte. El estadounidense James Whitney Hill haría un largo viaje con su esposa, Iryna Teslenko, aquejada de esclerosis múltiple, al Hospital Regional de Chernigóv. Mientras salía a comprar el pan, fue abatido por disparos al menos junto a otras 10 personas. La prensa de su país de origen solo dijo que falleció en el extranjero.
Una acogida humana
Las noticias y realidades de acogida fueron multiplicándose. Fundación La Caixa comenzaría con un proyecto solidario con familias ucranianas en cuatro provincias españolas (Madrid y Barcelona, Murcia y Málaga); junto al compromiso del Gobierno de un permiso inmediato de residencia y trabajo para 4500 refugiados, durante un año prorrogable a tres.
Aragón es tierra de acogida por excelencia, con más de 5000 refugiados de setenta países en los últimos ocho años, entre los que destacan Venezuela, Siria, Colombia, Afganistán y Malí. En ocasiones, hay cabida a la ambigüedad, como en el periplo realizado por dos polizones afganos desde Serbia a La Muela. Lo común, sin embargo son las buenas nuevas: recibir a los recién llegados como nuestra familia; o escolarizar a los menores (1700 refugiados regularizados, 400 menores en escuelas).
Y desde el mundo de la discapacidad surge también el apoyo a los iguales. Así la unión de fuerzas de Fundación Down, el restaurante inclusivo Pájaros en la cabeza, el baloncestista polaco Adam Waczyński –del Casademont de Zaragoza–, y empresas como LECTA (papelera) o COTRALI (transporte), para llevar a la frontera con Polonia productos no perecederos: bebés, higiene personal, farmacia y primeros auxilios.
¿Superhéroes?
Hay niños que no hablan, ríen ni lloran durante la huida –el shock del pánico, según Oskana Jantya, moldava-ucraniana, con años de residir entre nosotros y ahora voluntaria–. La joven Valeria Yusupova lleva unas semanas entre nosotros, en casa de su tía Anna Chaica. Ambas vivían en Lugansk hasta 2014, cuando tomaron rumbos diferentes, a Kiev y España. Si Anna hubo de huir con su hija recién nacida, Valeria no lo ha tenido mucho más fácil: “Dormíamos todos en el baño, porque está en la parte más interna del edificio. Teníamos mucho miedo”. Leópolis, Polonia, Alemania… Salvó la vida por salir un día después de lo previsto.
Iryna Babinetska llegó aquí en 2015, tras la guerra de Crimea. Ahora acoge a Svitlana Fokina y a su hija Viktoriia, de 8 años, a quienes no conocía. Svitlana recuerda el tortuoso periplo. “Yo solo quiero buen0s estudios y un buen trabajo para mi hija”. Lo que más le gusta a la niña es el yogur griego. Iryma denuncia firme y contundente: “Lo que pasó entonces en mi país ya fue todo un genocidio, cada día moría gente y llegaban tumbas de jóvenes”. Ahora es más de lo mismo, su familia continúa en Jérson.
Vlad, Vladislav Malishe, se ha salvado seis veces de la muerte como soldado. Antes de la última invasión, regentaba una empresa tecnológica en Járkov, a 50 kilómetros de la frontera rusa. Su casa en primera de combate. Desde los bombardeos vive en un sótano de 40 metros con otras quince personas. “Cuando estás vivo, todo está bien”, es su filosofía de vida.
Algo especialmente emotivo, la carta del niño de 9 años escrita a su mamá en el Día de la Mujer, leída por el embajador de la ONU en Ucrania, que se haría viral: “Mamá, esta carta es mi regalo para ti por el día de la mujer. Gracias por los mejores 9 años de mi vida. Muchas gracias por mi infancia, eres la mejor madre del mundo, nunca te olvidaré. Te deseo buena suerte en el cielo, espero que vayas al paraíso. Intentaré portarme bien para ir al paraíso también. Muchos besos”. Nos interpela.
María Pilar Martínez Barca