Recorrimos el Valle de Baztan, de Amaiur a Javier. Arribamos a la costa y al sur de pueblitos franceses. Visitamos pequeños paraísos: Quinto Real, Irati, Bertiz… Degustamos sus guisos y el trato de sus gentes. Una semana inolvidable.
El paisaje
Mi silla y el scooter de Noelia no fueron impedimento para que los cuatro disfrutásemos del rostro más hermoso y agradecido del Pirineo navarro francés. Según íbamos subiendo, Zaragoza, Tafalla, Pamplona, nuestra tierra sedienta y de cereal se iba transfigurando. Nuestro destino era Amaiur, junto a Elizondo. Pero antes de llegar, una paradita obligatoria en la costa francesa, Dantxrinea –Urdax– para comer frente a las grandes cristaleras, los montes de fondo, y comprar los regalos. Malkornea era la casa rural en la que nos hospedábamos, donde Juanjo nos esperaba con los brazos abiertos, el silencio que invitaba al reposo y ese gusto exquisito en la decoración: utensilios y muebles de nuestros abuelos junto a un ambiente oriental: cuadros, figuras, libros, discos selectos. Nos despertaban los pájaros y la música relajante en el salón.
Pasado ya Elizondo, el bosque de Kintoa –o Quinto Real–, por el diezmo de un quinto de ganado que debía pagarse a la Corona castellana. Hayas, robles, castaños, fresnos, pinos, abetos… donde el ciervo y el corzo conviven con el jabalí, y el águila con el ruiseñor o el martín pescador. Visitamos los restos de la Real Fábrica de Municiones de Eugi (siglo XVIII), en la que aparte de armas se dio forma a las puertas del Canal Imperial de Aragón. Orbaizeta, la selva de Irati y su diversidad de especies arbóreas… terminamos el periplo diario en Saint Jean de Pied du Port.
Al día siguiente, San Juan de Luz, el mar, en busca de un café o un helado sin hallarlo por la costa… y a larde el puerto de Ziburu. Una noche, una mañana, la visita al parque natural del Senorio de Bertiz, y el pueblo y las cuevas de Zugarramurdi, con las brujas prendidas de la imaginación. Urdax, Amaiur y su arco con tejado voladizo, Elizondo, Pamplona, Puente la Reina, Urtasun, Ujué, Castillo de Javier, Sos del Rey Católico… España es diversa y singular.
La comida
En Dantxrinea, lindando ya a la costa francesa, comimos bastante al gusto español. Después, las formas y sabores son de lo más variado. Albóndigas de potro y cuajada en Orbaizeta; rica repostería en Elizondo; carnes, pescados y ensaladas sazonados de quesos y guindillas, en la costa francesa; picnic mirando al mar, junto a San Juan de Luz; trumbull o bebida de cereza en Ziburu; jambon francés; talos de queso, longaniza o chocolate; migas de Ujué…
Nada como el jamón de Teruel o la tortilla española de patatas.
Diversidad humana
Amaiur –Maya en castellano– sería el último bastión navarro antes de la conquista de las huestes castellanas. Gentes fornidas y valerosas, ellos y ellas; dedicadas, como ahora, al ganado vacuno, lanar y caballar. En contraste, los pueblecitos de la costa, sobre todo franceses, con sus puertos y sus casas cuidadas y señoriales del siglo XVII. Y los balcones siempre poblados de geranios.
Señorial asimismo el parque natural de Bertiz y su leyenda: un indiano regresado a España compró para su amada el inmenso jardín, poblándolo de todas y cada una de las especies arbóreas que existen en el mundo; pese a lo cual ella lo rechazó. La versión oficial, el señorío fue pasando de familia en familia desde la Edad Media, y, tras la muerte de su último propietario, sería adquirido por la Comunidad Foral de Navarra.
Por el camino nos fuimos encontrando con las huellas ancestrales de los agotes, pueblo autóctono harto sui generis, que habitara la zona y sobre todo Bezote, considerado maldito. Y con brujas. Mujeres… –Zugaramurdi, Ziburu, monasterio de Urdax…–: “Las leyendas de la localidad sitúan en este espacio natural la celebración de los aquelarres, las fiestas las fiestas rituales ligadas a las fuerzas de la naturaleza que la Inquisición española juzgó como culto demoniaco”. Espeluznante.
La diversidad humana es tanta como la paisajística. Viajar, una riqueza. Querer es poder.
La foto es de José Manuel Zabalza.
Por María Pilar Martínez Barca
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