Del dolor al sufrimiento hay un salto, de la veterinaria a la medicina hay un salto, de la patología a la patobiografía hay un salto; como también lo hay del pensar al saber que pensamos e innovar creativamente; del sentir al significar hay un salto. Es el salto de lo espiritual, de la vida del corazón, de la dimensión trascendente, la que busca y pone sentido, la que interpreta y se abre a la responsabilidad, a lo simbólico, a la religación, a la vida virtuosa que encarna nobles valores.
La belleza de la vida del espíritu humaniza, la belleza del jardín interior necesita también atención, cuidado y limpieza regular para florecer y fluir con melodía sinfónica. Porque, así como el cuerpo puede deteriorarse, convertirse en disfuncional, curarse o morir; así también el espíritu puede -encarnado siempre- seguir el curso del cuerpo o mantenerse cual comandante en la tempestad de la enfermedad.
Espiritual: Cuerpo empalabrado
El cuerpo mudo es el cuerpo muerto, el cadáver. El que ni dice ni tiene nada que decir, sino ser retirado para que no sea fuente de mal y enfermedad para otros.
El cuerpo vivo, el cuerpo en tratamiento, el cuerpo en la relación de cuidado asistencial en salud, es un cuerpo empalabrado, con narrativa de alguien, no solo con indicadores bioquímicos. Es el cuerpo que busca la salud y necesita, para humanizarse, quien diga de él una palabra de rango superior a la descriptiva de indicadores que cuantifican y desajustan.
Anatole Broyard, en Ebrio de enfermedad dice: “El relato, la narración, parece ser una reacción natural a la enfermedad. La gente sangra relatos, y yo me he convertido en un banco de sangre de relatos. El paciente ha de empezar por tratar su enfermedad no como un desastre, un motivo para la depresión o el pánico, sino como un relato. Los relatos son anticuerpos contra la enfermedad y el dolor. Morir es dejar de ser humanos, deshumanizarse, y a mi entender, el lenguaje, el haba, los relatos o narraciones son las formas más eficaces de mantener viva nuestra condición humana. Guardar silencio es, de forma literal, cerrar la tienda de la propia humanidad”.
Son los médicos los que leen el cuerpo o, mejor dicho, los que leen aquello en lo que ha devenido el cuerpo enfermo analizable. Los médicos y los enfermeros, los profesionales del ruido de la physis humana convertida, desgraciadamente y con mucha frecuencia, en física animal. Un paciente hecho información, producida por las analíticas e imágenes de todo tipo de sección, es un cuerpo veterinizado. El cuerpo humano, en cambio, es siempre cuerpo vivido y narrable, subjetivo y espiritualizado.
Son unos pocos profesionales de lo espiritual los habilidosos en leer y empalabrar la vida del corazón, el pensar y el sentir que hace única la experiencia de la enfermedad, los peritos de lo simbólico y lo ritual que puede dar paz al alma entristecida, embravecida, amargada o anhelante y esperanzada.
Con burbujas
La vida espiritual es la expresión de las burbujas de la humanidad, también en la enfermedad. Es la punta del iceberg de lo genuinamente humano, que es la vida del corazón sentiente, de la intimidad más íntima.
Afortunadamente, algunas personas saben leer y ayudar a describir, a escudriñar e identificar lo que nos habita en esas sombras creadas o entenebrecidas en la enfermedad. Son asistentes espirituales, o counsellors espirituales, o pastores de las religiones a las que libremente nos hemos adherido buscando nichos de humanización y solidaridad, de arte y belleza, de agua para la sed interior. Estos “médicos del alma”, agentes de pastoral o como les queramos llamar, en ocasiones -quizás pocas- aprenden a nombrar necesidades, a realizar diagnósticos espirituales, a identificar recursos para el empoderamiento en el sufrir, para la relacionalidad en la necesidad de compasión.
Cuando los expertos de lo espiritual trabajan interdisciplinarmente en los equipos de salud o de cuidados, son un cielo, tanto para los pacientes como para sus familias y los mismos trabajadores.
Hábiles en el cuidado de lo invisible, aportan, describen, narran, interpretan, dibujan caminos, identifican posibles de sentido, acompañan bellamente. Le ponen sentido en los símbolos y ritos, hacen de puente entre lo profano y lo sagrado, humanizando con luz, cristalizando en humildes conductas que reconocen, dignifican y expresan el asombro ante el misterio, ante las burbujas de la interioridad.
Hacia una cardiología del alma
Explorada y diagnosticada la vida del corazón en sus vericuetos oscuros y luminosos, también es bello acompañar las dinámicas sanantes. Hay salud espiritual donde hay aceptación de la vulnerabilidad, apertura a recibir cuidado, cultivo de la búsqueda de sentido, humildad propia del ser creatural y limitado.
Hay salud espiritual donde la dinámica de la esperanza encuentra su cauce viviéndose en clave relacional con uno mismo, con los demás y con el Tú trascendente al que libremente nos adherimos.
Hay salud espiritual donde se celebra el perdón y se construye la paz, donde se logra mirada agradecida a la historia, mirada confiada al destino en manos que nos superan.
El electrocardiograma espiritual debidamente considerado en una atención holística, constituye una expresión de presencia en la soledad radical, de agarradero y anclaje de esperanza en el sufrir, de humanización por la identidad personal dignificada según la condición de seres humanos.
Una competencia espiritual parece imprescindible en todos los profesionales de la salud y de los servicios sociales. Allí donde no la haya, habrá deshumanización por reduccionismo, por biologicismo, por torpeza. Podrá haber capacidad de contar mitocondrias hasta con los dedos de los pies o con la mínima voluntad apoyada por la admirable capacidad de la inteligencia artificial. Pero donde esté ausente la capacidad espiritual, habrá discapacidad y pobreza.
Las facultades de ciencias biomédicas, las acciones de formación continua, han de reaccionar antes de que el descabezado desarrollo tecnológico cree monstruos como Frankenstein o el moderno Prometeo. Es la capacidad reflexiva, la capacidad narrativa, el potencial ritual, la dimensión simbólica y comunitaria, las que podrán rescatar la salud de su tentación de mero silencio del cuerpo o buen funcionamiento de los órganos del animal humano.
Urge una rehabilitación de los filósofos, teólogos, maestros de ritos y ceremonias, counsellors espirituales, genios de todas las artes, pastores y pastoras que nos ayuden en el gusto del cultivo de lo intangible, que acompañen en el pálpito del corazón humano ennoblecido también en la enfermedad, en el morir y en el afligirse.
Por José Carlos Bermejo, director del Centro de Humanización de la Salud San Camilo
Para seguir pensando
- Bermejo J.C. (2026), Espiritualidad para ahora. Verbos para el hortelano del espíritu, Desclée De Browuer.
- Bermejo J.C. (2021), Espiritualidad y salud. Diagnóstico y cuidado espiritual, Sal Terrae.
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