“No lo tenemos fácil. La idea que se tiene de nosotras es que nos lo han dado todo sin que estemos aportando nada. Pero no somos ni-nis. No somos yo-yo-yo. No conocéis nuestros problemas. Lo que sí es cierto es que nos gusta la vida. Por eso me he puesto este tatuaje, ¿ves? Dice: “¡Viva la vida!”
Así habla mi hija y la gente de su generación. Me centro en ellas. Mujeres muy preparadas en lo que a formación se refiere, que ya han vivido muchas historias a pesar de su juventud, que, ante todo, disfrutan de la vida, o eso desean, a las que tratamos de perezosas (ni estudian ni trabajan) y egoístas (yo-yo-yo).
Aunque toda generalización “es odiosa”, podemos describir algunos elementos comunes de estas mujeres del presente-futuro.
¿Quiénes son las millennials?
Son jóvenes de hoy que nacieron con el milenio. Esta generación también es llamada la generación “Y”, como símbolo de estar “entre” dos momentos. Tal vez por ello son nostálgicas, han vivido otro tiempo que ya no está. Se trata de las nacidas entre 1982 y 2004. En 2021, o sea, en el momento actual, rondan los 30 años, y por lo tanto, están empezando a ser protagonistas. Es la generación de mujeres y hombres adultos jóvenes que marcarán los pasos de las empresas, de la política, de la sociedad.
Nacieron en un momento de prosperidad, en plena globalización y en la era de la digitalización. Protegidas. Alabadas. Con seguridades en el hogar, en el colegio, en el ambiente político y social. Con abundancia de “cosas”, con satisfacción inmediata de los deseos. No tuvieron que hacer grandes méritos ni sacrificios porque, a menudo, se les premiaba sin más. Son nuestras hijas, a las que educamos intentando que no se frustraran, evitando que sufrieran cualquier opresión. Nos hemos esforzado en comprenderlas. Las hemos defendido de los infortunios con escudos de autoestima. Les hemos dado todas las oportunidades. Les pintamos el futuro de “color esperanza”. Herederas de una generación de madres que no queremos hijas “esclavas” de normas o roles.
Les hemos etiquetado de perezosas, pero no les hemos exigido que ayuden demasiado en la casa, donde ya teníamos resueltas las cosas. Pensamos que están mimadas, que solo piensan en ellas mismas, pero quizá se lo hemos fomentado, con nuestra educación, la de las madres y padres que trabajaban hasta extenuarse fuera del hogar y que trataban de compensar pobremente las ausencias, o que no tenían fuerza para exigir. Pero no es eso todo. El ambiente social, cuenta. No ha sido fácil.
Esta generación, además, ha vivido una profunda transición tecnológica. No son las que nacieron “digitales”, sino que se lo han encontrado. Vivieron lo antiguo, pero se han puesto “a tope” en lo nuevo. Es otra forma de funcionar: redes sociales, whatsapp, bizum… y el manejo “del internet y del on-line” que excede la mentalidad de las que les precedimos. Ellas nos ponen al día.
Apuntando maneras
Una vez revisadas y asumidas las “herencias”, cada mujer toma la palabra y quiere decirse de un modo diferente. Resulta que son mujeres comprometidas, más de lo que parece, pero lo hacen de otras maneras. Están pendientes del mundo, de lo que está pasando, mucho más que los adultos mayores que ya estamos de vuelta. Son personas críticas, algo escépticas, con deseo de analizar las cosas. Vivieron y protagonizaron el 15M, el movimiento de las y los indignados. Una forma alternativa de hacer política, de regenerar el sistema. Participan, votan, están en las redes moviendo comentarios, informándose, creciendo en conexión y en “multivisión”.
Como no han vivido antes grandes frustraciones, ahora las encuentran al llegar al ámbito laboral. Empleos precarios, “mil-eurismo” a más no poder. Y ahí se queda un buen grupo, las “sin carrera”, que dejaron los estudios en la bonanza económica y se pusieron a trabajar. Ahora están fuera, lo tienen más difícil por la competitividad y la crisis. Esas jóvenes andan, como es normal, sumergidas en la desilusión.
Suelen permanecer más tiempo en la casa de los padres/madres o compartiendo piso sin llegar a una completa independencia. Pasarán fuera de su país, casi con seguridad, una buena parte de su vida laboral. Empiezan, impacientes, a trabajar, esperando ya ganarse mejor la vida, deseando llegar a la cumbre, sin haber subido la montaña. No se sienten recompensadas.
Pero las mujeres millennials están dispuestas a llegar a lo más alto en las empresas o instituciones, porque no van a consentir “techos de cristal”. Eso no va con ellas. Se enfrentan sin pestañear a cualquier trato discriminatorio. Siguen viviendo los flecos del patriarcado, pero lo identifican y dicen “basta”.
Amor y libertad
En las relaciones de pareja o de amistad, viven muchas experiencias. Lo digital hace más tardío el aprendizaje de habilidades sociales para la relación. La inmediatez es producto de la liberación en el terreno sexual. Tal vez ambos elementos les ha privado de irse descubriendo (y descubrir al otro/a) paso a paso y les ha llevado a frustrase.
Sin embargo, una vez atravesados los terrenos pantanosos, también eligen con más certeza qué quieren que sea su vida en el terreno del amor, con quién quieren estar, quién es tóxico para ellas, dónde hay manipulación y machismo, aunque hayan sufrido lo suyo para llegar a donde están. Sin duda, mi hija lo tiene mucho más claro que yo.
No se casarán pronto. Son más independientes. Hablan de parejas abiertas, aunque sean fieles a la suya. Es sencillamente la expresión de un deseo: que no quieren pertenecer, atarse, que son “almas libres”. Amor y libertad caminan de la mano.
Coherencia y futuro
Quieren cambiar las cosas con miradas más coherentes. No aspiran a que el trabajo se lleve toda su energía. No necesitan vivir super-ocupadas. Quieren vivir. Y vivir supone que haya tiempo para ello. Y vivir significa trabajar en algo o con alguien que lo disfrutes más, aunque ganes menos. Y vivir es tener un horario que permita combinar trabajo y ocio, trabajo y pareja-hijas-amistades. No necesitan una casa propia o un coche, no es su prioridad ni el símbolo de su estatus. Es más, esta palabra no va mucho con su estilo.
Son urbanas a las que les gusta la naturaleza, combinan ambas experiencias. La conciencia sobre lo ambiental, hace que sus costumbres de reciclaje sean mucho mejores que las de las generaciones previas. Aún les falta dar el paso de abandonar por completo la “comida basura”, pero ya son convencidas de la bondad de lo vegetal para vivir mejor.
Las millennials se declaran solidarias, tolerantes. No quieren escaquearse de ser buenas ciudadanas. Pagan sus impuestos, son conscientes de que lo público se mantiene así. Tienen claro que hay que cumplir la ley y que no vale todo para alcanzar lo que se desea. No les interesa el ejército, las asociaciones o partidos políticos al uso, pero eso no quiere decir que no “se mojen”. Salen a manifestarse, se movilizan y protestan por lo que consideran injusto. Son feministas e inclusivas.
Se informan a través de internet, el móvil es vital en su día a día, y las redes sociales son el espacio en el que están presentes. Con esto han crecido, pero aún han conocido lo anterior. Eso da cierta posibilidad a que sepan combinar el uso de la tecnología con la riqueza de la relación. Inmersas en el bombardeo de la publicidad consumista, empiezan a tomar conciencia de que la sostenibilidad es incompatible con el capricho.
Ya están aquí. Les dejamos paso. Aprendemos de ellas. Nos asombran y nos enternecen. Cuando las veamos en la calle toda la noche, no olvidaremos que ¡viven la vida! Tal vez, un poco de indulgencia y de admiración no nos viene mal a las que ya estamos de vuelta.
Texto: Rosa María Belda Moreno
Ilustración: Javier Prat
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