El ciudadano lo es no solo por vivir en una comunidad sino por los derechos que esta le reconoce, así como los bienes, que han de repartirse con criterio de justicia social, compasiva y ética.
La ciudad es un ente que puede ser definido y analizado desde diversas ópticas. Así puede ser entendida como espacio estructural, con unas formas arquitectónicas, cuyo desarrollo, en este último siglo, ha sido imponentes; pero también puede ser entendida como espacio cultural, puesto que las ciudades han sido extraordinarios difusores de las diferentes corrientes culturales que se han ido generando, en gran medida por la proximidad de las personas que conviven en ellas, lo que facilita la transmisión de información; otro de los elementos que pueden explicar el fenómeno de las ciudades como asentamientos atractivos para las personas está en las relaciones sociales que se dan en este entorno.
Es en este nivel de relación interpersonal lo que ahora nos puede interesar para valorar la ciudad y la ciudadanía.
La idea de ciudadanía nace, precisamente, de ciudad, y ciudadano el que vive en la ciudad y la ciudadanía es según Marshall, un status que se otorga a los que son miembros de pleno derecho de una comunidad. Y esto tiene tremenda importancia, porque en base a ello hay que ver cómo se reparten los bienes que les son propios, mediante criterios de una justicia.
Justicia compasiva
En el último congreso de Bioética de la Asociación de Bioética Fundamental y Clínica, en el año 2019, se desarrolló una interesante mesa sobre ciudades compasivas, de las que recojo los principales puntos, desarrollados por Xabier Etxeberria, Patxi del Campo y Lourdes Gaitán.
Etxeberria expuso la Justicia Compasiva, como una praxis de cara a la ciudadanía. Su tesis se basa en que, ante el sufrimiento de la persona, hay receptividad, percibo su sufrimiento, mueve algo en mi interior y me lleva a actuar, se produce una respuesta, responsividad ante el sufrimiento, es decir respondo ante el impacto que genera en mí. Entendiendo que esta respuesta es exigible para todos, lo que supone la responsabilidad individual ante el sufrimiento ajeno. El sufrimiento nos llama a la compasión, pero no una compasión de lástima, sino una compasión de justicia. Es decir, una justicia compasiva cuya expresión es el cuidado, que supone restaurar a la víctima de la injusticia que supone el sufrimiento.
Justicia compasiva en la esfera de la salud
Etxeberria entiende que esta justicia compasiva exige dar respuesta en dos dimensiones, una institucional que exige crear las condiciones de posibilidad y eficacia; y, por otro lado una labor del personal socio sanitario que supone una terapéutica de cuidado en una asimetría armonizada (en un binomio saber-poder/autonomía) que se expresa en la mutua confianza.
Justicia que se puede manifestar como proporcionar a cada quien atención sociosanitaria acorde a los criterios de excelencia, según sus necesidades de salud. Pero la justicia compasiva no puede prescindir del componente de sentimentalidad que conlleva, que se manifiesta, sobre todo, en las enfermedades graves, de manera que la compasión supone la dimensión constitutiva del proceso de sanación. Aquí adquiere importancia y relevancia el binomio acogida/escucha.
Ciudades compasivas
Patxi del Campo, presentó los diferentes proyectos que se están realizando en diversas ciudades, aplicando los criterios expuestos por Etxeberria.
Siguiendo la Carta para la Compasión de K. Armstrong, desplegó vario modelos de ciudades compasivas. En nuestro país hay modelos de este tipo de ciudades, desde Sevilla a Vic, de Zarautz a Badajoz.
El modelo que propone es vivir con voz propia, donde la persona es el centro y de lo que se trata es ir tejiendo redes de cuidados, porque más que de las instituciones, las personas necesitan de personas. Por ello, el concepto inicial de ciudades compasivas, se está cambiando a vecindarios compasivos.
Ciudadanía
Lourdes Gaitán, recogiendo los estudios de Nancy Fraser, indica que la justicia social precisa de reconocimiento que puede ser de dos tipos, una redistributiva y otra de reconocimiento. El tipo redistributivo dio origen a la reivindicación social, como son los derechos laborales, que nacieron precisamente en las ciudades. En tanto que el tipo de reconocimiento viene dado por el hecho de que las personas son actores sociales y por tanto con voz en el reconocimiento de sus derechos. En este grupo se pueden encontrar los niños, los colectivos con dificultades de integración, etc.
Una cruel realidad
En este año vivido en el que se han limitado gran parte de los derechos de los ciudadanos ¿cómo se puede actuar?, cuando hemos visto grandes colectivos que se han visto abocados a acudir a centros sociales para buscar su alimento, cuando los niños han quedado más desprotegidos, sobre todos los que viven en los entornos marginales de las ciudades, léase la situación de la Cañada Real Galiana de Madrid, donde no se han dado las condiciones para poder seguir estudiando, faltando incluso la electricidad. O la soledad de muchos mayores en sus domicilios.
Algunas de estas situaciones no han surgido en este año, como las setas en otoño, sino que muchas de ellas ya venían de tiempo atrás. Pero quizás este año nos ha puesto en evidencia la condición intrínseca del ser humano, es decir condición de fragilidad (nos podemos romper) y vulnerabilidad (podemos ser heridos), pero también somos vulnerados. Y esto exige una respuesta, porque en definitiva, de una manera o de otra, todos estamos expuestos.
Ética de la ciudadanía
Se puede entender que esta propuesta y este modelo de actuación supone trabajar en una ética de máximos, en la búsqueda de la excelencia, que es el objetivo de la ética. No hacer lo mejor, sino lo excelente, como tantas veces recalca Diego Gracia.
De manera espontánea han ido proliferando grupos de personas, de ciudadanos que han sido interpelados por el sufrimiento de sus vecinos, y que se han organizado al margen de las instituciones para poder proporcionar ayuda en las necesidades básicas.
Grupos vecinales de apoyo, compañía y ayuda a las personas mayores solas, grupos que se han organizado para proporcionar alimentos a sus vecinos más necesitados a través del EVA de Lavapiés o Chamberí, actualmente cerrados por finalización de la cesión administrativa del Ayuntamiento de Madrid, sin posibilidades de recuperar el espacio. Y tantas otras iniciativas.
Como se ha indicado anteriormente, la ciudadanía exige una respuesta también institucional y puede solicitarse que institucionalmente no se abandone a las personas más necesitadas, entre los que se incluyen los dos extremos de edad, infancia y mayores.
Francisco Javier Rivas Flores
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