Dice así: «En un crudo día invernal, los puercoespines de una manada se apretaron unos contra otros para prestarse mutuo calor. Pero al hacerlo así se hirieron recíprocamente con sus púas y hubieron de separarse. Obligados de nuevo a juntarse por el frío, volvieron a pincharse y a distanciarse. Estas alternativas de aproximación y alejamiento duraron hasta que les fue dado hallar una distancia media en la que ambos males resultaban mitigados”.
En el grupo humano ocurre algo parecido: para seguir viviendo es necesario sentir al «otro», pero sin perder la propia individualidad. Esta situación ideal se da en el amor maduro: rompe la barrera de la soledad del sujeto, trascendiéndole, pero sin anularle, ni herirse ambos.
Sentir al otro
Por esto, para Erich Fromm lo esencial no era el instinto de vida, ni el instinto de muerte sino el instinto de vinculación. El ser humano necesita sentirse integrado en algún sistema familiar, social y laboral. Pero el vínculo es algo más que relacionarse. La relación supone yuxtaposición. Por ejemplo: este plato y esta cuchara están relacionados. El vínculo es algo más: es la interrelación consciente e inconsciente de nuestro mundo afectivo y cognitivo con el otro. Así las manos entrecruzadas están vinculadas, los padres con sus hijos están vinculados. Es como un entretejido, visible e invisible, para que el bebé y después el niño, el adolescente, el adulto y el anciano sigan viviendo, cada uno con necesidades diferentes (biológicas, psicológicas, asistenciales, etc.), pero compartidas
Por esto, con razón, decía Lévinas: “soy amado, soy nombrado, luego existo”. De ahí, la importancia del contacto físico y afectivo.
En el contexto de pandemia
Esta fábula se me antoja que es una buena imagen para representar lo que está ocurriendo en estos tiempos de pandemia: se impone la necesidad de la distancia social, prohibido tocarse y abrazarse, prohibido reunirse, festejar en común, bailar, etc. De alguna manera nos puede ocurrir como a los puercoespines: si no mantenemos la distancia social y las normas prescritas podemos morir, pero también si nos aislamos de forma radical unos de otros podemos morir… de soledad.
El término medio también aquí es el correcto para no morir: debemos mantener la distancia física social para no contagiarnos, pero debemos alimentar el vínculo a través de la tecnología para poder seguir viviendo. Se necesita, pues la responsabilidad y colaboración de todos para superar la pandemia.
Bellamente lo expuso el Papa Francisco, en su oración por el fin de la pandemia, el 27 de marzo (2020), en una plaza de San Pedro completamente vacía:
“Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: «perecemos», también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos. Nadie se salva solo”.
Alejandro Rocamora Bonilla
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