Hoy les hablamos de la chica que recorrió 5.782 kilómetros en silla de ruedas huyendo de la guerra.
Nujeen Mustafa (Manbij, Siria, 1999) pasó de ser una adolescente de trece años nacida con parálisis cerebral y en silla de ruedas a la que le resultaba imposible salir del piso donde vivía con sus padres y hermanos —un quinto sin ascensor en el barrio kurdo de Alepo— a hacerse 5.782 kilómetros de Siria a Alemania buscando dejar atrás el horror de la guerra. Su increíble viaje, el primero de su vida, le llevó por nueve países acompañada de su hermana Nasrine, que empujaba la silla y le ayudaba con todo lo que ella no podía hacer sola. Montó en autobús, tren, lancha y avión por primera vez. Vio el mar por primera vez. Estuvo en un centro de detención por primera vez. Y ya en Alemania, fue al colegio, coescribió dos libros y empezó a dar conferencias también por primera vez. Todo hasta convertirse en la activista por los derechos humanos que es hoy.
Hasta que estalló la guerra su vida había transcurrido entre la cama y la silla de ruedas. En casa el dinero no alcanzaba para un colegio adecuado y salir a la calle implicaba bajar cinco plantas con la silla a cuestas. Nujeen no soportaba que la tuvieran que cargar y lo pasaba fatal cuando eso ocurría. Se sentía inútil por no poder andar. Además, los niños se reían de ella y la rehuían. De pequeña había estado hospitalizada muchas veces porque, además de con una parálisis que le afectaba a las piernas, nació con asma, pero llegó un día en que dejó de ir a consulta. Desde ese momento, la televisión, internet y algún que otro libro se convirtieron prácticamente en su única conexión con el mundo exterior. Aprendió inglés viendo telenovelas, devoraba los documentales de National Geographic y se pasaba el día buscando cosas en Google. Su curiosidad era infinita.
Nunca imaginó que acabaría contando su historia en dos libros, ambos coescritos con la periodista británica Christina Lamb: Nujeen, el increíble éxodo en silla de ruedas desde las arrasadas tierras sirias hasta Alemania, publicado en 2016, y The Girl from Aleppo, Nujeen’s Escape from War to Freedom (La chica de Alepo, la huida de Nujeen de la guerra a la libertad, en español), que salió un año más tarde. Tampoco que en 2019 sería galardonada con el Premio Alison Des Forges al Activismo Extraordinario y se convertiría en la primera persona con discapacidad en intervenir ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. «Las personas con discapacidades estaban olvidadas en tiempos de paz. ¿Qué creen que ha ocurrido en tiempos de guerra?», dijo en su discurso.
El día en que Nujeen conoció el mar
A mediados de 2012, cuando la guerra civil siria se intensificó, los Mustafa, que son kurdos, decidieron abandonar Alepo y huir a Manbij, una ciudad de unos 100.000 habitantes al norte del país, muy cerca de la frontera con Turquía. La conocían bien. Vivieron allí hasta que Nujeen nació y tuvieron que trasladarse para que la niña recibiera mejor atención médica. Más de una década después, volvían a Manbij, aunque no por mucho tiempo. Cuando el Daesh (ISIS, por sus siglas en inglés) tomó la ciudad en 2014 haciendo de la vida un infierno (las mujeres eran obligadas a llevar hijab y las decapitaciones eran comunes), la familia acordó que los padres se quedarían y los hijos, Nujeen incluida, se marcharían a Turquía. Migrar es caro y el dinero no daba para todos.
Los hermanos llegaron a Gaziantep, una localidad fronteriza de mayoría kurda al sur del país. Pero la vida allí tampoco era fácil: no podían trabajar, no podían estudiar y no podían solicitar refugio. Desesperados, pensaron entonces en Europa. El hermano mayor, Shiar, llevaba más de 20 años en Alemania —emigró en 1990 para evitar la primera guerra del Golfo— y podría ayudarles a comenzar allí. La idea era que Bland, otro de los hermanos, fuese primero y después le siguieran Nujeen, Nasrine y otros parientes. Nasrine, que antes de huir era estudiante de Física, empujaría la silla. Nujeen, que hablaba inglés gracias a las telenovelas, haría de intérprete. Por primera vez en su vida se sentía útil.
Se dirigieron hacia la costa occidental, desde donde salían las lanchas a Grecia. De Gaziantep volaron a Esmirna y desde allí viajaron en autobús hasta Assos. Les estafaron dos veces hasta conseguir plaza en una lancha inflable con destino a Lesbos por la que cada hermana pagó 1.400 euros. Era para quince personas como mucho, pero terminaron montando 38, la mayoría familiares de las chicas. Al frente, uno de sus tíos, uno que, como Nujeen, nunca antes había visto el mar. Con todo, la suya fue la única de las cuatro lanchas fletadas ese día por los traficantes que logró llegar a aguas griegas. Una fue detenida por la guardia costera turca y las otras dos no resistieron la travesía.
Embarcaron el 2 de septiembre de 2015, el mismo día que el niño sirio de tres años Alan Kurdi apareció muerto sobre una playa turca. Al igual que Nujeen y Nasrine, había huido de la guerra de Siria. Emigró junto con sus padres y su hermano de cinco años, y solo el padre sobrevivió. Su imagen yaciendo boca abajo sin vida conmocionó al mundo y a las propias hermanas Mustafa. Nujeen reconoce que de haberse enterado antes, es muy probable que nunca se hubiera subido a la lancha.
De la guerra a la paz
«¡Eres la primera refugiada en silla de ruedas que vemos!», recuerda Nujeen que le dijeron los voluntarios que la recibieron en la isla griega de Lesbos. También se acuerda de la fotografía que el fotoperiodista irlandés Ivor Prickett le tomó nada más desembarcar: dos hombres la llevaban en brazos mientras ella sonreía. Su felicidad era total. Ella y Nasrine lo habían logrado. «Llevaba cinco minutos en Europa y ya era famosa», cuenta entre risas. La imagen dio la vuelta al mundo. ¿Cuántas veces se ve una hazaña así?
Después de una semana en Lesbos, las chicas consiguieron un visado para Atenas. Sus familiares se desperdigaron y ellas se quedaron en la capital pensando en cómo continuar el trayecto. Fueron en tren —su primer tren— a Tesalónica y desde allí cruzaron hacia Macedonia. Iban a pie, lo que en su caso significa muchos kilómetros en silla de ruedas por todo tipo de caminos. Nujeen contó que tenía los brazos llenos de moratones de todos los golpes que se había dado contra la silla. Nasrine, que estaba exhausta de caminar y empujar a su hermana. Y, por si esto fuera poco, se encontraban con que los países cerraban fronteras ante la cantidad de gente que llegaba. Era la llamada crisis de refugiados en Europa.
Atravesar Serbia, Croacia, Hungría, Eslovenia y Austria fue una odisea. Un día, la policía macedonia dispersó a la gente con gases lacrimógenos. Otro, una multitud lanzó a Nujeen enfrente de la policía húngara creyendo que se compadecerían de ella y abrirían la frontera, cosa que no pasó. Y en Eslovenia les detuvieron de noche en un bosque y les encerraron dos noches en un centro de internamiento del que solo pudieron salir tras ponerse en huelga de hambre. Fue, según Nujeen, “el peor día de todo el viaje”.
Entraron en Alemania el día en que Nasrine cumplía 26 años. Nujeen había hecho ya los 16. Habían pasado tres años desde que abandonaron Alepo. Tres años, 5.782 kilómetros a lo largo de nueve países y algo más de 5.000 euros por cabeza. Ese era el coste en tiempo, distancia y dinero que les supuso alcanzar la paz. En Alemania se reunieron con Bland y Shiar, y se instalaron con algunos familiares en Wesseling, una ciudad de 37.519 habitantes muy cerca de Colonia, en el oeste de Alemania. Además, Nujeen empezó a asistir por fin a una escuela para personas con discapacidad. Era la primera vez que tenía ocasión.
Hoy, nueve años después, Nujeen ha cumplido los 25. Habla alemán, ha aprendido a jugar al baloncesto en silla de ruedas y participa en numerosas conferencias y eventos en defensa de las personas refugiadas, muchos de los cuales comparte en su Instagram y en su perfil de X, antes Twitter. Sus padres siguen en Manbij, pero ni ella ni sus hermanos pierden la esperanza de poder llevarlos a Alemania y reunir algún día a la familia. En una ocasión afirmó: «Siempre había creído que todo el mundo está aquí para cumplir una misión, pero todavía no había encontrado la mía. Ahora tengo voz y puedo ayudar a la gente.»
Laura Sanz-Cruzado, periodista
Foto: ©ChrisFloyd
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