En mi paseo diario matutino hoy he reflexionado sobre las diferentes formas de abuso y me he preguntado qué ocurre cuando el abusador es uno mismo.
Al hilo de estos pensamientos ha venido a mi memoria un hecho que me contado un amigo. Su hijo de 15 años es un chico modelo: muy estudioso, con grandes éxitos académicos, tiene numerosos amigos, es muy disciplinado, muy responsable y muy autoexigente. El otro día llegó llorando a casa, pues en el último partido de baloncesto… no había metido ninguna canasta. Estaba hundido. Entre lágrimas repetía: “tengo que entrenar más”. La realidad es que era el mejor anotador de su equipo. Mi amigo complaciente le dijo: “No te preocupes, entrenaremos más”.
¿Qué le habrías dicho tú a este adolescente, querido lector?
Este hecho de la vida cotidiana me sugiere que, en muchas ocasiones, nos podemos convertir en “abusadores” de nosotros mismo. Esto ocurre cuando nos flagelamos y descalificamos por tener “un mal día” o porque cualquier situación no se ha resuelto como esperábamos. Nos volvemos más autoexigentes y tiranos contra nosotros mismos sin analizar a fondo ese mal resultado. No podemos aceptar un “borrón” en nuestra vida y olvidamos que por naturaleza somos imperfectos y tenemos derecho al error.
En esta ocasión yo le contesté a mi amigo que ante esa situación de fracaso, también podemos señalar que un mal día lo tiene cualquiera y no poner toda la solución en la reparación. Considero que hubiera sido mejor acoger su angustia, señalar su esfuerzo constante en los entrenamientos y posibilitar que aceptara sus limitaciones, que no son signo de debilidad, ni de falta de esfuerzo. Simplemente no siempre todo sale bien.
Mi amigo sorprendido, me dijo: «Lo pensaré».
Alejandro Rocamora, psiquiatra
Deja un comentario