La Psicología positiva nos enseña que la felicidad tiene tres dimensiones: placer sensorial, realizar una actividad satisfactoria e impregnar nuestra vida de sentido. La persona que realice este triple aspecto estará cerca de la felicidad o podrá sentirse feliz. La tercera dimensión es la que está relacionada con el desarrollo de las virtudes y fortalezas descritas por Seligman y Peterson. Entre ellas se encuentra la fortaleza espiritual.
La espiritualidad es la manera como cada persona da respuesta a las preguntas sobre la vida, el sentido de la muerte, el significado de los otros, el cómo relacionarse con los demás, entre otras cuestiones. Es decir, la espiritualidad es la forma como cada uno de nosotros se sitúa en el mundo y en relación con la trascendencia. Por esto, podemos afirmar que la espiritualidad es personal e intransferible y está relacionada con los valores por los que discurre nuestra existencia: solidaridad, libertad, responsabilidad, autotrascendencia, etc. Es, pues, la dimensión más noble de la persona.
La religiosidad, por el contrario, es el conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, propuestas por una institución organizada. La aproximación hacia la divinidad se consigue a través de los ritos y acatamientos de unas normas y principios.
La espiritualidad no es religión
Con su maestría habitual lo resume Bermejo (2012)[1] afirmando que “la dimensión espiritual y la dimensión religiosa, íntimamente relacionadas e incluyentes, no son necesariamente coincidentes entre sí. Mientras que la dimensión religiosa comprende la disposición y vivencia de la persona de sus relaciones con Dios dentro del grupo al que pertenece como creyente y en sintonía con modos concretos de expresar la fe y las relaciones, la dimensión espiritual es más vasta, abarcando además el mundo de los valores y de la pregunta por el sentido último de las cosas”. Es decir: la espiritualidad es el sentido de la vida y los valores; la religión son creencias, pertenencia a un grupo y celebraciones y ritos.
En definitiva, la espiritualidad como fortaleza implica tener capacidad para contemplar los acontecimientos de nuestra vida de una forma profunda, para ser capaces de salir de uno mismo hacia al otro, para formar un nosotros acogedor; es estar en tensión y encada momento encontrar el sentido a nuestra vida; es volar alto e intentar poner en práctica los valores de solidaridad, compasión, libertad, etc.
Podemos decir, pues, que la espiritualidad, en este contexto, es una sensación de bienestar interno como consecuencia de saber conectar con “algo” superior a uno mismo: la cultura, la naturaleza, el arte o Dios.
En la virtud de la trascendencia
La psicología positiva considera la espiritualidad como una de las 24 fortalezas personales y la sitúa dentro de la virtud de la trascendencia, junto a la esperanza y el humor.
Partiendo de un marco moral claro esta fortaleza puede ayudar a encontrar el sentido en la adversidad, ya que nos proporciona una visión más amplia en los momentos críticos de la vida. En definitiva, “ser espiritual” presupone que somos capaces de trascender los conflictos cotidianos (enfermedades, duelos, muertes, etc.).
Entre las características de la espiritualidad como fortaleza podemos señalar:
- Capacidad para ponernos en “la piel del otro”.
- Ser solidario y compasivo con el que sufre.
- Capacidad de distanciarnos de la adversidad y así poder tener una visión panorámica de la misma.
- Respetar al otro como un ser con capacidad para ser amado.
- Dar respuesta coherente a los hechos de la vida: la muerte, la enfermedad, la angustia, etc.
Buena para la salud mental
Existen más estudios que apoyan la influencia positiva de la religiosidad/espiritualidad en el ser humano, que lo contrario. Concretamente podemos afirmar que la experiencia religiosidad/espiritualidad favorece positivamente en los cuadros depresivos, de ansiedad, suicidio, abuso de sustancias, duelos, en incluso en las psicosis.
Entre las razones que los eruditos aportan para defender esta relación positiva señalamos las siguientes:
- Esa correlación puede favorecer el desarrollo integral de la persona, facilitando la introspección, el sentido positivo de la vida y proporcionar herramientas para el afrontamiento de los conflictos cotidianos.
- Fortalece las redes sociales y familiares protegiendo al individuo del aislamiento social y proporcionando sentido de pertenencia y autoestima sobre todo en los momentos difíciles.
No obstante, desde algunas posiciones psicológicas, como el psicoanálisis, se ha relacionado la religiosidad/espiritualidad con una influencia negativa para el individuo en su desarrollo personal. El propio Freud planteaba la religiosidad como producto de un pensamiento infantil y regresivo y la religión como “una neurosis obsesiva universal”. Al parecer Freud parte de un concepto de religión muy arcaico, que sería producto de mentalidades muy primitivas o enfermas, y que por lo tanto las creencias religiosas serían absurdas o delirantes y propias de personas inmaduras e infantiles. En este sentido, si es verdad que la religiosidad puede perjudicar a la salud mental de la persona, desde la defensa a ultranza de la represión de los instintos y los comportamientos dogmáticos y rígidos.
En cuanto la influencia en la salud física, se ha comprobado que la espiritualidad reduce los niveles de norepirefrina y cortisol y consecuentemente disminuye la sensación de estrés y los problemas de salud asociados. También, al parecer la actividad inmunológica, las neoplasias y enfermedades cardiovasculares pueden resultar favorecidas por las vivencias religiosa/espirituales.
Moraleja: ante los problemas existenciales y conflictos cotidianos tenemos que abrir el foco de atención o bien iluminar toda la estancia para comprender mejor el problema. Y aquí surge la fortaleza espiritual como luz que puede ayudar a clarificar y aceptar de forma sana la situación conflictiva.
[1] Bermejo, J.C. (2012). Duelo y espiritualidad. SalTerrae. p.18
Texto: Alejandro Rocamora Bonilla, psiquiatra
Imagen: Nati Rodríguez, ilustradora
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