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La gallina y el águila

15/04/2024

 

     

                 Era una vez un campesino que fue al bosque cercano a atrapar algún pájaro con el fin de tenerlo cautivo en su casa. Consiguió atrapar un aguilucho. Lo colocó en el gallinero junto a las gallinas. Creció como una gallina.

                Después de cinco años, ese hombre recibió en su casa la visita de un naturalista. Al pasar por el jardín, dice el naturalista: “Ese pájaro que está ahí, no es una gallina. Es un águila”. “De hecho, dijo el hombre, es un águila. Pero yo la crié como gallina. Ya no es un águila. Es una gallina como las otras”.

                “No, respondió el naturalista, es y será siempre un águila. Pues tiene el corazón de un águila. Este corazón la hará un día volar a las alturas

                “No, insistió el campesino, ya se volvió gallina y jamás volará como águila”.

                Entonces, decidieron, hacer una prueba. El naturalista tomó al águila, la elevó muy alto y, desafiándola, dijo: “Ya que de hecho eres un águila, ya que tú perteneces al cielo y no a la tierra, entonces, abre tus alas y vuela”. El águila se quedó, fija sobre el brazo extendido del naturalista. Miraba distraídamente a su alrededor. Vio a las gallinas allá abajo, comiendo granos. Y saltó junto a ellas.

                El campesino comentó. “Yo lo dije, ella se transformó en una simple gallina”.

                “No”, insistió de nuevo el naturalista, “Es un águila”. Y un águila, siempre será un águila. Vamos a experimentar nuevamente mañana.

                Al día siguiente, el naturalista subió con el águila al techo de la casa. Le susurró: “Águila, ya que tú eres un águila, abre tus alas y vuela”. Pero cuando el águila vio allá abajo a las gallinas picoteando el suelo, saltó y fue a parar junto a ellas.

                El campesino sonrió y volvió a la carga: “Ya le había dicho, se volvió gallina”.

                “No”, respondió firmemente el naturalista, es águila y poseerá siempre un corazón de águila. Vamos a experimentar por última vez. Mañana la haré volar”.

                Al día siguiente, el naturalista y el campesino se levantaron muy temprano. Tomaron el águila, la llevaron hasta lo alto de una montaña. El sol estaba saliendo y doraba los picos de las montañas. El naturalista levantó el águila hacia lo alto y le ordenó: “Águila, ya que tú eres un águila, ya que tu perteneces al cielo y no a la tierra, abre tus alas y vuela”.

                El águila miró alrededor. Temblaba, como si experimentara su nueva vida, pero no voló. Entonces, el naturalista la agarró firmemente en dirección al sol, de suerte que sus ojos se pudiesen llenar de claridad y conseguir las dimensiones del vasto horizonte. Fue cuando ella abrió sus potentes alas. Se levantó soberana sobre sí misma. Y comenzó a volar a volar hacia lo alto y a volar cada vez más a las alturas. Voló. Y nunca más volvió.

 

La moraleja de esta historia es simple. En muchas ocasiones reaccionamos bajo el peso de nuestra mochila: frustraciones, desesperanzas, experiencias negativas, etc. que nos hace pensar que no podemos levantarnos y seguir caminando por la vida. A veces, podemos pensar que la solución está fuera de nosotros (los padres, la pareja, etc.) y no nos damos cuenta que a lo mejor “somos águilas”, que podemos elevarnos sobre el cielo y sobre todas nuestras deficiencias y problemas.

En ocasiones el entorno (familia, escuela, amigos) pueden actuar como el gallinero de nuestro cuento y potenciar nuestras limitaciones y contagiarnos su falta de energía o de entusiasmo. Es posible, incluso que nos pueda pasar como al águila, que hasta que no llegó el momento de crisis (fue lanzado desde una alta montaña) no levantamos el vuelo y nos elevamos por encima de todo lo que nos limita y frena nuestro crecimiento psicológico. En ese momento nos convertimos en  águila y dejamos de ser gallina; en ese momento conseguimos poner alas a nuestra mochila de la vida.

 

Alejandro Rocamora Bonilla, psiquiatra

 

 

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