Perdonar supone creer en la bondad intrínseca del ser humano. Por esto, saber perdonar es enfatizar «el nosotros» frente al «yo»; es aceptar las propias limitaciones y las de los demás; es no sentirse atacado por la actitud del otro sino comprender su debilidad y la nuestra.
La capacidad de perdonar no se improvisa. No depende solamente de la voluntad del sujeto, sino que es un proceso que se inicia en la infancia y se va configurando a lo largo de la vida, al ir integrando las frustraciones y gratificaciones de la propia existencia. Por esto podemos afirmar que no perdona quien quiere, sino quien puede…
Desde el momento mismo del nacimiento el ser humano se desarrolla entre dos emociones: vivencias de amor y vivencias de odio, gratificaciones y frustraciones. Por lo tanto, el perdón no es un sentimiento innato en el niño sino «algo» que va aprendiendo como forma de integrar sus sentimientos de odio y agresividad. Diríamos que es un mecanismo de supervivencia: sin una mínima capacidad de perdón el niño no podría seguir viviendo, pues continuamente está recibiendo fallos u ofensas del otro (no es atendido al momento, tiene hambre y no le sacian, está sucio y no le limpian, tiene frío y no le arropan, etc.) y además tiene también que perdonarse su propia incapacidad de no saber expresar su agradecimiento o su amor a los más próximos.
Ante este panorama el sujeto tiene dos opciones: se construye un «falso yo» omnipotente, para que todas las agresiones le resbalen, o aprende a perdonar (y perdonarse). La primera salida nos lleva a una «personalidad narcisista», patológicamente autosuficiente, lo que supone una coraza defensiva ante los demás y una dificultad para relacionarse y admitir sus propios errores. Podemos afirmar que a mayor narcisismo menor capacidad para perdonar.
La segunda posibilidad se va configurando al mismo tiempo que contemplamos a los demás, no como enemigos, sino como parte de nuestra propia felicidad. En este sentido la educación basada en el respeto hacia el otro es una de las mejores maneras de ir aprendiendo a perdonar y a perdonarse. Y esto no está reñido con la posibilidad del castigo o la sanción ante una falta cometida. Lo que es evidente es que los padres, que saben castigar, pero también saben perdonar, son los grandes contribuyentes a que los hijos vivencien las ventajas del perdón frente a la venganza o el resentimiento. Y esto es así, pues, en definitiva, la capacidad de perdonar está en relación con la imagen de sí mismo y de cómo se experimente a los demás.
Alejandro Rocamora Bonilla, psiquiatra
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