Recuerdo cuando mis hijos eran pequeños que el camino hacia el “cole” era toda una odisea. Tanto Javier como Cristina portaban sendas mochilas donde además de los libros, cuadernos y bolígrafos llevaban el bocadillo para el recreo, los últimos cromos, un huevo kinder, goma de borrar, reglas, y un largo etcétera que convertía la mochila en una carga pesada. Era un signo de ser mayor el poder llevar esa pesada carga y “estaba mal visto” que los papás hiciéramos de portadores. La cosa se complicaba cuando Javier o Cristina querían llevar la mochila del otro. En un cierto día, en ese corto, pero “largo” camino hacia el “cole”, Cristina encorvada por el peso de su mochila, se para, me mira y dice: “Papá, que bueno sería que la mochila tuviera alas…” Hoy quiero pensar también que sería bueno que la “mochila psicológica” que todos llevamos cumpliera ese deseo: tuviera alas.
La mochila psicológica
Cada ser humano es como mis hijos o esos peregrinos que acuden a la Meca o Santiago de Compostela con su mochila a cuestas: dentro están tanto objetos necesarios como los no tan necesarios, pero también nuestros sufrimientos y alegrías, esperanzas y desesperanzas, odio y amores, fantasías que se han convertido en la guía de nuestras vidas. En ocasiones, también, nos echamos a la espalda las angustias de nuestra pareja, de nuestro hijo o del vecino del quinto, en un intento por ser el salvador del universo. Mas la vida está construida para que cada uno lleve su “mochila” (esta es única e intransferible) lo que no evita que en algún trecho del camino podamos compartir la pesadez de la misma. Como un buen peregrino el ser humano debe aprender a carga su “mochila psicológica” de aspectos positivos y a descargar todo aquello inútil que lo único que produce es más pesadez.
Fortalezas emocionales: “las alas” de nuestra mochila
De alguna manera el reconocimiento de las fortalezas emocionales y su papel primordial en la toma de decisiones es una forma de proclamar la importancia de la emoción (no sólo del pensamiento) en la actividad diaria. Con este enfoque se ha superado la concepción del ser humano como “ser racional” y se ha pasado a este otro de “inteligencia emocional”; se ha pasado del “pienso, luego existo” de Descartes, al “pienso sintiendo, luego existo”, de la psicología positiva. Y esto es así, pues como algún autor ha dicho “debajo de todo pensamiento racional existe una emoción”.
Las emociones, pues, pueden favorecer las actividades cotidianas o entorpecerlas, como ocurre, por poner solo un ejemplo, en las personas que padecen una depresión.
Las fortalezas emocionales, son para Seligman y Peterson, la capacidad que tiene el ser humano para afrontar con éxito las crisis y/o adversidades de la vida cotidiana. Son las que nos pueden ayudar a tomar decisiones en los momentos de encrucijada: nos facilitan el superar el temor al fracaso y nos posibilitan asumir el riesgo de lo nuevo y a tener la fuerza necesaria para conducir el barco de nuestra vida a un puerto feliz. Son, pues, las alas que facilitan llevar la pesada mochila de nuestra existencia, sobre todo en los momentos de crisis o adversidad.
Seligman y Peterson señalan cuatro fortalezas emocionales: valentía, integridad, vitalidad y persistencia.
Claves
La Psicología positiva nos enseña que la felicidad tiene tres dimensiones: placer sensorial, realizar una actividad satisfactoria e impregnar nuestra vida de sentido. La persona que realice este triple aspecto estará cerca de la felicidad o podrá sentirse feliz. La tercera dimensión es la que está relacionada con el desarrollo de las virtudes y fortalezas descritas por Seligman y Peterson.
Por otra parte, podemos afirmar que nuestra “mochila psicológica” (cuyo contenido en definitiva va a determinar nuestra felicidad) se va cargando a lo largo de nuestra existencia de frustraciones, miedos, amores no correspondidos, esperanzas y proyectos, que como si fueran piedras pesadas nos dificultan el caminar y el disfrutar de la vida. Es preciso, pues, saber discernir entre las piedras preciosas y las piedras que no tienen valor.
Proponemos las siguientes acciones para poder descargar nuestra mochila psicológica:
1).- Tomar conciencia de las “piedras pesadas” que llenan nuestra mochila. Es necesario, pues, que hagamos un alto en el camino de nuestra vida y observemos que es lo que más nos hace sufrir o que nos facilita la felicidad. De esta manera podemos determinar que es lo que podemos tirar y que podemos conservar para aligerar la carga.
2).-No tener miedo al cambio y aceptar la nueva sensación de una mochila ligera. En ocasiones el cambio no se produce por el miedo a la nueva situación: temor al futuro de una nueva relación, un nuevo trabajo, otro hijo, etc.
3).-Iniciar nuevos caminos. Una vez que la “mochila psicológica” sea más ligera nos permitirá comenzar nuevas experiencias y explorar nuevas sendas por donde pueda discurrir nuestra vida. En este punto son imprescindibles las fortalezas descritas por Seligman y Petereson y sobre todo las fortalezas emocionales.
4).- Si no somos capaces de seguir este proceso siempre queda la alternativa de la ayuda de otro. En este caso sería conveniente la consulta a un profesional de la psicología para que nos iluminara el camino, sabiendo que cada uno de nosotros debe recorrer su camino.
Pon alas a tu mochila
El deseo de mi hija Cristina se puede hacer realidad con la “mochila psicológica”: potenciando las fortalezas. Así como no podemos vaciar totalmente la mochila del cole, pues es necesario llevar los libros y cuadernos para las clases, sí podemos retirar todo lo superfluo y además dejar que el otro nos ayude o en el último instante llevarla en un carrito que sería el equivalente a las alas, que deseaba Cristina. En la “mochilla psicológica” las fortalezas descritas por Seligman pueden ser las alas que faciliten, a pesar de las dificultades y sufrimientos, poder llevar una buena calidad de vida.
Por Alejandro Rocamora Bonilla, psiquiatra
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