Opuestamente a lo que se piensa, lo contrario del placer, no es el displacer, sino la frustración. En la raíz de la imposibilidad de gozar se encuentra el fracaso por alcanzar las metas propuestas o fantaseadas, o no cumplir con las expectativas que los otros (padres, profesores, etc.) habían puesto sobre cada uno de nosotros. El malestar sería como un tributo por la «falta cometida» (no llegar donde los otros o uno mismo proyectaba llegar).
Mas en la evolución de ese potencial de placer, que en todo ser humano se presupone, puede ocurrir que se produzca una atrofia o bloqueo. Daría como resultado, lo que se ha venido en llamar, las neurosis. El neurótico, en definitiva, es toda persona incapaz de amar y de disfrutar de las cosas cotidianas de la vida. No puede gozar, porque su motor de disfrute está reprimido. Como consecuencia se produce la culpa cuando aparece una brizna de placer: el éxito en el trabajo, la mirada feliz de uno de tus hijos o simplemente la contemplación de un escaparate. Y aquí surge la frustración (deseo no satisfecho o pérdida incomprensible) como contrapunto del placer.
Incluso en algunos casos clínicos, esto se manifiesta de forma palpable, aunque invertida. Es lo que podríamos llamar la incapacidad para gozar: son las personas que hacen suyo este lema: prohibido disfrutar.
Así ocurría con Manoli. Mujer de 54 años. Hace cuatro años que su hijo de 23 años murió «en un estúpido accidente de coche» (según sus palabras). A partir de entonces Manoli se siente incapaz de disfrutar (de sus nietos, de sus flores, etc.). Nos dice: «no puedo sentirme bien, y me fastidia que mi marido se vaya todos los días a jugar la partida con los amigos. Me siento culpable si descubro en algún momento del día cierto bienestar. Mi vida debe ser sufrir y sufrir».
En el otro extremo están los que hipertrofian el placer. Es el caso de las «personalidades hedonistas» donde el placer se convierte en principio y fin de su existencia. Aquí no existen límites, ni cortapisas para conseguir el disfrute. No se piensa en el otro sino solamente en el placer por el placer.
El fundamento de la filosofía hedonista consiste en una obsesión por conseguir el paraíso aquí en la tierra, sin tener en cuenta los derechos de los demás. Se constituye como ley última y absoluta la satisfacción inmediata de los sentimientos, sin tener en cuenta los medios para conseguirlo. Es el placer por el placer, con la sola finalidad de disfrutar.
Como dijo Max Scheler el individuo o sociedad, que se rige por estos comportamientos, es un signo de decadencia, no de progreso, pues sería un indicador de que la fuente de placer se agota y hay que apurarla al máximo. Lo mismo que hace la persona que padece un alcoholismo crónico que consume la última gota de alcohol como último remedio para mitigar su angustia y sufrimiento. Como ejemplo se encuentran la decadencia de los grandes imperios, que se disolvieron entre orgías y la transgresión de las leyes más elementales. Solamente les importaba el disfrutar y gozar como último recurso a su desmoronamiento. Lo mismo ocurre en el individuo. Como ejemplo cotidiano, y de nuestros días, tenemos las adicciones (heroinómanos, alcohólicos, etc.) en que la búsqueda de placer se convierte al mismo tiempo en la fuente de sufrimiento: solamente se vive por y para la droga.
Final
Termino con un pensamiento de Freud: «al fin y al cabo hemos de comenzar a amar para no enfermar, y enfermaremos en cuanto una frustración nos impida amar». Es decir, en el origen de toda patología psíquica se encuentra alguna alteración de la vida afectiva, de los sentimientos, y solamente a través de una ayuda psicoterapéutica (por la transferencia) podremos llegar a la curación. Los sentimientos, pues, no solamente son el motor de la vida, sino que constituyen el armazón imprescindible para la propia existencia.
Alejandro Rocamora Bonilla, psiquiatra
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