Es posible que ya hayamos oído hablar de ella. Algunas nos hemos sorprendido leyendo artículos en torno a este tema, tan audaz. Os lo propongo como reflexión en los albores del nuevo año.
La cuestión es que estamos cansados de la “evidencia” como clave para escudarnos. ¿Ahí donde no hay datos o comprobaciones científicamente avaladas, no hay medicina?
En realidad, se empezó a hablar de MBE (medicina basada en la evidencia) en el siglo XIX en Paris, como mejora de la calidad clínica. La consolidación de este concepto tiene lugar a finales del siglo XX, con la Medicina basada en hechos, con una metodología descrita por David Sackett y Gordon Guyatt para determinar la mejor prueba científica. Pero estos autores no deseaban obviar la narrativa, los valores y creencias de las personas, tal como dice Gemma Torrell Vallespín, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria, que me inspira esta reflexión. Lo que ha acontecido es que se ha deformado la cuestión.
La medicina basada en la dignidad es una alternativa a la invasión de lo cuantitativo sobre lo cualitativo. Lo primero de lo que trata es de reconocer la complejidad de la persona y de la vida en sí. El foco lo pone en la dignidad. Dignidad que es inherente al hecho de ser persona. Dignidad que tiene que ver con que la persona a la que atendemos posee un conocimiento esencial: su vivencia de la enfermedad. Sin tener en cuenta su “versión”, desconsideramos a las personas que vienen a consultarnos, creyéndonos superiores. Sin escuchar los relatos, las experiencias, los modos de expresar, los correlatos del enfermar, no podemos responder adecuadamente y ayudar a sanar. Sin la participación del que sufre, no hay medicina sino recetas.
Rosa Belda, médica y counsellor
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