Desde muy niño, le apasionaron las ciencias naturales, las artes plásticas, la trascendencia más allá de la montaña.
Creador y criatura, más allá de la montaña (I)
Santiago Osácar Jiménez es licenciado en Bellas Artes (Escultura, Universidad de Barcelona) y en Ciencias Religiosas (Biblia y Evangelización, Universidad Pontificia de Salamanca). Profesor en la Universidad San Jorge de Zaragoza y en el CRETA (Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón). Autor, entre otros, de Por montes y riberas. Días de campo de un pintor naturalista, o Invierno bajo la estrella del Norte.
El niño que aprendió a mirar
¿Un chico aplicado desde niño?
No, yo era del montón, de bienes y notables; nunca fui brillante… Salvo en la asignatura de plástica: Luego, en bachillerato, sí me gustaba la filosofía y la literatura y la historia del Arte… pero nunca destaqué como estudiante. Sin embargo, sí leía mucho y me pasaba una cosa curiosa: en el libro de literatura, además de los contenidos “de examen” había poemas… y eso, que no era “para nota”, me lo aprendía de memoria sin ningún esfuerzo. En ese sentido creo que sí era un niño que sabía captar la belleza en las manifestaciones artísticas y también en la naturaleza.
Háblenos de su familia. Creció en un ambiente religioso.
Sí, pero claro, en aquella época, yo creo que hasta mitad de los 80, todo el mundo iba a misa, de modo que yo no era consciente de que la fe se vivía en mi casa con especial autenticidad y sinceridad. Creía que eso era lo normal… y ahora nos explican que no era más que una herencia del nacional-catolicismo. No estoy seguro de que sea cierto. En todo caso, en mi familia se siguió viviendo y practicando la fe cuando las iglesias comenzaban a vaciarse… y aún seguimos en ese empeño.
¿De Ciencias o de Letras? ¿Qué le lleva a estudiar Bellas Artes a un naturalista como tú?
Cuando, para sorpresa de mis familiares y amigos escogí letras puras (con latín y griego) el profesor de latín le dijo a mi madre con mucha seguridad “Santiago es claramente de letras”.
Pero actualmente esa distinción entre Ciencias y Letras me parece perversa y creo que está causando tremendos males en nuestro mundo… pero voy a contestar a la segunda parte de la pregunta: ¿Recuerdas los programas de Félix Rodríguez de la Fuente? Nos hablaba de las costumbres del lobo ibérico, desde luego, pero mucho más nos hacía sentir fascinados por su belleza terrible, por el misterio de su voz aullando en la noche… El asombro y la fascinación ante la belleza del mundo nos instan a contemplar, conocer y estudiar la belleza del mundo. Pero después se impone la pregunta ¿Por qué el mundo es bello? ¿Por qué es cosmos y no caos? Y esto es ya metafísica, de modo que las ciencias y las letras se reclaman mutuamente y al separarlas amputamos la posibilidad de conocer la Realidad y su sentido.
La mística de los pájaros
¿Desde cuándo su afición por los pájaros, por la naturaleza?
Desde siempre; es más, mis primeros recuerdos infantiles están ligados a los veraneos en el pueblo de mi padre (Yanguas, en Soria) y a las excursiones por sus montañas donde nos iba enseñando los nombres de todos los animales.
Más adelante fue decisiva la influencia de Félix Rodríguez de la Fuente (ya he hablado de él) y de su serie “Fauna Ibérica”, que enseñaron a toda una generación de españoles a mirar el mundo –y en concreto este trozo del mundo que llamamos España– de un modo nuevo. Creo que su legado como naturalista y divulgador ha sido valorado en su justa medida, pero hay en este personaje y en su mensaje una dimensión humanista que todavía no ha sido apreciada suficientemente. Tiene una visión trascendente y poética del ser humano, del cosmos, de la Realidad y de la realidad de España como paisaje que lo emparentan con Unamuno, con Machado, con Delibes, con Marías… y que lo convierten en uno de los grandes de España.
Para más inri, Teología. El común de los mortales no le vemos relación.
Es que estamos todo el rato con esa división, con esa fragmentación tan equivocada, tan destructiva de “Ciencias-letras”, “Razón- Fe”, “Arte – técnica”
La relación entre las ciencias naturales y la teología es evidente; es más, resulta obvio que una obra de arte (el mundo físico) presupone un artista. Es natural querer conocer al artista cuya obra admiramos… Pero en el caso de Dios artista-creador nosotros somos parte de la obra y de una obra que está todavía en proceso de ejecución, un poco como la Sagrada Familia de Barcelona, de modo que es natural querer conocer cómo va a ser el proyecto final ya que eso nos afecta personalmente. Podemos admirar sus detalles, sus fachadas, el conjunto arquitectónico, sus principios constructivos… y queremos conocer a quien ha planeado tan magnífico proyecto. (Y que conste que rechazo de plano la masonería y todas sus mandangas deístas, pero el símil del arquitecto es útil en este caso)
En resumen, de la física pasamos a la metafísica y de ahí a la teología, pero sin abandonarlas ni separarlas como si fueran saberes independientes. Es dramático cómo hemos troceado el saber mediante especialidades cada vez más particulares, más estrechas y más carentes de utilidad.
Date cuenta de que un doctor, en cualquier disciplina académica, se hiperespecializa y dedica todos sus esfuerzos a una cuestión tan particular y tan pequeña como, por ejemplo, “Arqueología de los ritos funerarios en los castros celtibéricos de la provincia de León entre los siglos I y II antes de Cristo”. Alguien que lo sabe casi todo acerca de esta “casi nada” puede ser absolutamente ignorante en todo lo demás, que es prácticamente todo el conjunto de la Realidad…De modo que será un tremendísimo zoquete. Cum laude, pero zoquete.
El pastor leonés que apacienta sus ovejas en esos castros y mira el mundo y siente y piensa y contempla quizá sea más sabio que el doctor.
Artífice de la forma y del color
¿Cuándo su primera escultura? ¿Cuál fue?
La primera pieza que aparece en mi “opus” es una garceta tallada en alabastro blanco de Fuentes de Ebro. Durante el curso 1991-92 comencé la especialidad de escultura pero a causa de una grave rotura del brazo perdí el curso sin haber podido hacer nada. Tuve que pasarme el verano haciendo esculturas en el pueblo, en El Burgo de Ebro, donde descubrí el alabastro de Fuentes, lo cual fue providencial ya que me orientó hacia la escultura en piedra que es donde me siento más a gusto todavía hoy.
Diferencias entre escultura y pintura. ¿En cuál te sientes más cómodo?
Decía Miguel Ángel que hay dos modos de hacer escultura “per via di levare e per via di porre”. Es decir, a base de quitar (talla en madera, labra de piedra) y a base de poner (modelado en arcilla, en cera etc.). El modelado en barro es más cercano a la pintura, en la que el artista va poniendo material como expandiéndose a partir de la nada, mientras que la talla está más próxima al dibujo de línea, que intenta definir y acotar volúmenes poniendo límites a algo que ya existe y que impone sus condiciones: la veta, la dureza, el grano, la densidad…
Yo soy más bien escultor “di levare” y dibujante, y no tanto pintor o escultor “di porre”.
El teórico del arte Heinrich Wolfflin entiende que hay dos modos de expresión plástica: Lo lineal y lo pictórico. El que es lineal está más cómodo en el dibujo de línea y en la talla; el que es pictórico está más cómodo en la pintura de mancha y en el modelado.
Yo soy más lineal que pictórico.
Motivos y pasiones de una y otra
La escultura tiene una parte de oficio muy importante que me gusta mucho por lo que implica de contacto directo con la materia; con la piedra, la madera, el barro… En estos tiempos virtuales y tecnológicos resulta muy gratificante tocar los elementos con tus propias manos, luchar físicamente con la dureza de la caliza o la tenacidad del haya, probar el filo de una gubia de acero bien afilada a la piedra… por no hablar de toda esa maquinaria “de albañil” (radial, compresor, martillo neumático…) que nos rescata de la humillante servidumbre de pantallas y teclados.
La pintura, en mi caso, evoluciona desde los cuadernos de campo hacia formatos más grandes, como el lienzo o el mural… de modo que en el origen siempre hay muchas horas de dibujo del natural, de apuntes y acuarelas en el campo. Tiene una dimensión contemplativa. En ese sentido es más cercana a la poesía: si repasamos los poemas castellanos de Machado, por ejemplo, hallaremos muchos “apuntes de campo” que parecen notas color de un paisajista: “Colinas plateadas, cárdenas roquedas, grises alcores…”.
Mª Pilar Martínez Barca