Nos atraían los acebos. ¿Y a quién no después de haber visto alguno “en persona”? Tal vez de nuestras excursiones por la Sierra de Guadarrama; en algunas guías de itinerarios te lo ponen como atractivo y singularidad, “en el recodo tal hay un par de ejemplares de acebos”.
Así que cuando tomamos posesión de nuestro territorio, nos lo planteamos, no como un reto pero sí como un deseo: “¿Podríamos tener algún ejemplar? Podremos tener algún ejemplar”.
No fue difícil empezar. Rafael tenía un trato muy muy estrecho con los de Grefa. Y así nos consiguió dos ejemplares jovencitos de acebo. Lo único que sabíamos por haberlo leído era que lo fundamental para su desarrollo era sombra y humedad. Humedad sería la propia del lugar (luego con el tiempo incorporamos el riego automático para todo lo verde). La sombra la daría el edificio en su lado norte.
El error del principiante
Allí plantamos los dos individuos. Con un error (o ingenuidad) de principiantes: los colocamos a menos de un metro el uno del otro. Que se sientan acompañados.
Y allí se quedaron viviendo su vida. Una vida al principio muy pausada. Tan pausada que apenas les prestábamos más atención que a las otras adquisiciones o regalos.
“Pasó un día y otro día, un mes y otro mes pasó, y un año pasado había…”, y más años y más años. Los acebos crecían en altura y ensanchaban el campo de acción de sus ramas en sus bases. Así que, por lo del error de principiantes, las ramas más cercanas al suelo se fueron entrecruzando, pero repartiéndose pacíficamente el espacio.
Creciendo a su ritmo
Mientras, a Carmina le regaló sor Susana en una macetita un ejemplar distinto, con las hojas con bordes amarillos haciendo contraste con el resto del verde brillante. Y allí fue el contenido del pequeño tiesto, cerca de sus predecesores. Él también ha crecido a su ritmo, aunque no tan alto como los otros, cuestión de genes, suponemos.
El trío es la imagen frontal de recepción. Lo conseguimos. Tenemos acebos.
Y en esas nos quedamos durante años. No sé cuántos.
Un día, limpiando un poco los suelos cerca del plantel, vimos salir unas ramitas con hojas como las de los acebos. O sería un brote de encina, como tantos otros, que las hojitas al principio no se diferencian en mucho.
Al poco el mayor brillo las delataba. Acebo. Preparamos con cuidado el trasplante a un lugar más adecuado. Profundizar mucho con la herramienta de jardinería, no se sabe cuánto pero mucho, para no dañar los pelillos de las raíces del recién nacido. Cuando ya parece que se mueve el conjunto con cierta libertad, extraerlo y llevarlo con mimo a su nuevo emplazamiento.
En esta fase fueron dos ejemplares que, a mejor distancia entre ellos, ya han conseguido una altura respetable. Ya vamos por cinco.
Año tras año
A partir de entonces la operación se repite todos los años. Se ve que los acebos adultos han alcanzado su madurez sexual, y quieren hacer frente a lo de especie protegida: os vais a enterar, dicen entre ellos. A lo mejor aquella excesiva cercanía en que los plantamos favorece su fertilidad.
En un círculo de unos cinco metros aparecen de vez en cuando las ramitas con destellos brillantes. Empezamos a exportar ejemplares a los familiares más próximos. Unos nos cuentan que han prendido y otros que no.
La producción nos da también para el autoconsumo, y en otras sombras plantamos el año pasado otros dos que están en su tarea de crecimiento lento. Ya son siete.
Pero este año tenemos otra sorpresa. En la cercanía de aquellos dos de segunda generación, entrelazado con un rosal, está creciendo otro. Lo sentimos por el rosal, que de ellos tenemos más (y que nadie los protege). Ocho, pues.
Los «renuevos»
Y otra sorpresa más. En otro lugar del círculo que ellos eligen, han surgido de una vez casi juntitos ocho o diez renuevos. La exploradora es Mayte, que siempre que viene hace una inspección por las umbrías habituales en busca y captura. Yo creo que tiene montada una red de exportación.
En total yo calculo que en los últimos años habrán surgido no menos de treinta nuevos seres, cuya mejor distribución hemos procurado. ¿Peligro de extinción?
En todo este recorrido hemos visto varios casos en que la Naturaleza crece, se multiplica, se extiende con sus propias herramientas. Quizá lo del ecologismo (el doméstico por lo menos) no sea tan complicado y, sólo baste con acompañar en sus pasos lo que las leyes naturales han implantado tras milenios de prueba y error.
Mientras, nosotros nos gozamos en nuestra Acebeda particular.
Alabanza y gratitud
(Escolio final.
¡Alabanza y gratitud a los árboles! ¡O no! ¡O no tanta!
Alabanza y gratitud porque nos proporcionan gratuitamente el oxígeno que necesitamos para vivir.
Bueno; un momento. Gestos altruistas en la Naturaleza hay muy pocos. Dicen los que estudian, que la Naturaleza funciona sobre todo por el principio del egoísmo de cada especie (otra cosa es el altruismo dentro de la misma especie). Los árboles, las plantas verdes, sólo tienen un objetivo en su plan de vida y en él no figuramos nosotros: con el agua cercana, disolver los nutrientes que haya por su suelo, y convertirlo en alimentos para crecer y mantenerse. Para ello ponen en obra la función clorofílica, que absorbe el CO2 y suelta al aire el oxígeno que ya al árbol no le sirve para nada.
O sea, en pocas palabras, el oxígeno que tan bien nos viene a nosotros, no deja de ser la caca, el deshecho de la actividad “digestiva” de las plantas verdes.
Así que, cuando salgamos al bosque, respiremos a pleno pulmón, pero sabiendo que lo que respiramos, para los árboles no es otra cosa que su deposición).
(Imagen, Pixabay).
José de Lucas