Los ritos humanizan
Los ritos comunitarios permiten poner en el escenario de lo público lo que también es personal. Es el caso de los ritos fúnebres y, en particular, de los funerales.
En todas las culturas y religiones, los ritos permiten marcar momentos de iniciación, de transición y de cierre. Los ritos fúnebres permiten uno de esos momentos de cierre más importantes en la vida de las personas: el fin de un vínculo con el fallecido, al menos en la forma conocida hasta el fallecimiento.
Los ritos también ayudan a conectar lo profano con lo sagrado. Dignifican lo que, sin ellos, sería demasiado vulgar para ser tan relevante. Los funerales permiten conectar lo natural de la muerte, con el misterio de la muerte humana.
Los ritos honran, rinden homenaje, dicen una palabra socialmente. En los funerales, la palabra versa tanto sobre el fallecido como sobre los dolientes. Es una palabra de reconocimiento, pero también de solidaridad.
Los ritos, en clave religiosa, permiten afirmar algunas convicciones de fe. Los ritos fúnebres contribuyen a afirmar que la esperanza última está depositada en Dios; que al final, lo que queda es el Amor.
En pandemia, sin ritos, el escenario es deshumanizador por imperativo del bien de la salud pública. Pero sin ritos, la comunidad se erosiona antropológicamente, espiritualmente. Corre incluso el peligro de que la muerte de los seres queridos sea “cómoda”, que no implique ni siquiera la oportunidad y el deber individual y colectivo de cerrar el vínculo, de vivir la dimensión sagrada de la muerte humana, de expresar la solidaridad y compasión ante los dolientes, de proclamar la fe en la esperanza.
Meses sin ritos, o reducidos a la mínima expresión, pueden ser una amenaza deshumanizadora y una acomodación: quedarse en casa, sin participar de los ritos, puede convertirse en una comodidad cuyo precio está por ver. Una comodidad que nos confiese reconocer que nos puede hasta apetecer, desestructurando el valor antropológico de la pietas y de la consolatio.
Comunidades laicas, creyentes, incluyo religiosas, pueden ver cómo se pierde esa sana incomodidad de participar en los ritos, quedando amenazada la cohesión a la que contribuye la muerte del individuo. Porque hay familias –y comunidades religiosas- que se ven “a golpe de funeral”. Mejor: se veían.
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