Ya sabemos de la fragilidad de la vida. Los que nos dedicamos a la salud, los sanitarios y sanitarias, tratamos a diario con la vulnerabilidad, el dolor, la incertidumbre y desesperación que provoca la enfermedad, con sus diagnósticos infaustos, con las injusticias de la biología que a menudo nos hacen exclamar: ¿Por qué?
Rosa María Belda Moreno
Fotografía: archivo CEHS
¿Por qué una persona joven enferma de manera grave? ¿Por qué de repente presenta un tumor extendido de mal pronóstico? ¿Por qué una niña de 20 años apenas camina por una enfermedad neurodegenerativa? ¿Por qué una mujer en la plenitud de la vida se ve sometida a la amputación de sus órganos de diferenciación sexual por detectársele un cáncer de mama? ¿Por qué alguien deja de acordarse de ti, con 60 años, por un comienzo de Alzheimer?
La biología, la naturaleza, con toda esa super-organización maravillosa, que nos deja boquiabiertos, tiene muchos fallos. Total, que no es la panacea, que la naturaleza no es la bondad, ni es lo bueno, y que la biología presenta desarreglos, mutaciones, trastornos, que rompen la vida, que es mucho más que la biología.
NO HAY DONDE AGARRARSE…
Cuando todo esto sucede a un médico, añade un plus. Vocacionados para ayudar a los demás, dedicando todos los sueños y esfuerzos, tantos años de sacrificio y de estudio, tanta vida regalada, pareciera que necesitamos una cierta inmunidad, una especie de bendición para poder seguir ejerciendo lo que nos apasiona. Pero no es así. También sufrimos, ¡cómo no!, de todos los aconteceres trágicos de la vida. Y como además sabemos de qué va, el dolor se hace profundo desde la primera noticia. No hay donde agarrarse y el derrumbe psicológico es monumental.
Los que nos dedicamos a la salud, nos convertimos de repente en “pacientes” y la existencia del que enferma gravemente se centra en sobrevivir cada día, también en aprender a vivir de otra manera, en poner en práctica lo que tantas veces habremos dialogado con otros pacientes graves: la certeza del aquí y ahora por encima de todo lo demás, el aprendizaje de vivir el presente en plenitud, sin vueltas rumiativas al pasado o falsas o fatalistas expectativas.
De pronto, caemos en la cuenta de que todo lo que ocurre en el hospital ¡importa tanto!
Desde la amabilidad del primer médico que te da una mala noticia, hasta la sonrisa del celador(a), o que la enfermera(o) no te coja la vía en la flexura, que así no puedes ni mover el brazo. La vulnerabilidad abre los ojos a una nueva manera de ejercer el quehacer médico, fijándonos, sin grandes aspavientos, en lo cotidiano y en el manejo de la intimidad de manera humana, sencillamente.
Como muestra, un botón. La película “El doctor”, en este breve corte:
https://www.youtube.com/watch?v=khWp4HsczMk
Pues eso, que mi médico, mi médica, y yo misma, soy también tú que sufres.
Rosa María Belda Moreno
Fotografía: archivo CEHS
La sensación de vulnerabilidad, el dolor, la incertidumbre y la desesperación ante noticias no gratas y no esperadas en el aspecto de la salud; que desestabilizan integralmente no sólo al paciente sino también a la familia, y porqué no decirlo al mismo profesional de la salud emisor de la noticia no grata sin la preparación emocional, sicológica y espiritual necesarias para desenvolverse en esta circunstancia.
Muchas gracias, Carmen; qué necesaria es esa preparación para desenvolverse ante las malas noticias, ¿verdad? Un abrazo afectuoso.