Volvemos a estar en guerra. Unos más que otros, pero todos al final. Los daños colaterales se multiplican a escala geométrica y resulta difícil mirar para otra parte. Siempre ha sido así, más aún en un mundo cuyas relaciones están marcadas por la globalidad.
Desde los primeros bombardeos del 24 de febrero no tenemos más que ver la televisión, escuchar la radio, leer la prensa o navegar por las redes sociales para saber que la herida está abierta entre Rusia y Ucrania desde que Putin dio la primera orden de asalto. Un conflicto mediatizado que ha traspasado nuestras retinas con imágenes que no deberían dejar indiferentes nuestras conciencias.
Escapar con lo puesto
Vimos cómo se activó el miedo y con él las sirenas, alarmas, misiles y drones, al mismo tiempo que las colas en los cajeros, supermercados, gasolineras y autopistas con miles de personas intentando escapar con lo puesto. Hombres, mujeres y niños, convertidos en refugiados. Más de 300.000 llegaron a Polonia en los primeros tres días del conflicto, donde contaron con centros de acogida que ofrecen comida, ropa, alimentos, mantas o alguna tienda de campaña y que ya están desbordados. Ahora el éxodo de personas supera al de la Segunda Guerra Mundial, y nos horroriza pensar en una Tercera…
Otros se quedaron resguardándose en sótanos y en el metro, convertido en búnker de emergencia, sabiendo que sus casas pueden ser bombardeadas. Es decir, vivir a merced del azar, donde la incertidumbre se apodera de las gentes, así como la desolación y la impotencia ante la escasez de alimentos y recursos energéticos con temperaturas bajo cero.
Despedidas
Estremecedoras las despedidas entre mujeres y niños de sus maridos e hijos mayores de 16 años, obligados a quedarse con una Kalashnikov en las manos para defender el país de la amenaza rusa.
Inocentes las miradas de los niños en el búnker de un hospital que contrastan con las lágrimas de los que no entienden porqué la vida ya no es la misma. Como las del anciano que contempla su vivienda destruida y el cuerpo yacente de un conocido.
Son personas, y no números
Porque la muerte vuelve a pasearse por las calles cercenando vidas. De momento, cientos de bajas militares y civiles. No olvidemos que son personas, no números que irán en ascenso y cuya cifra exacta jamás conoceremos, ni siquiera la dimensión del sufrimiento que provocará su ausencia.
Los titulares ensalzarán la resiliencia de la población, pero a qué coste. Una vez más la guerra tienen un precio, que se paga con las vidas de quienes no la deseaban y el sufrimiento de quienes no tenemos el poder de frenarla.
No necesitamos guerras sino respeto a quienes desean vivir en paz. La protección de los Derechos Humanos es la asignatura pendiente de quienes tienen delirios de poder, cuya mirada solo piensa en “hacer caja” y pasar a la Historia.
Ahora, más que nunca, es necesaria una mirada humanizada y humanizadora.
Gema Moreno, periodista