Con frecuencia y ante situaciones conflictivas o ante la toma de decisiones (comprar un piso, tener un hijo, casarse o separarse, cambiar de trabajo, etc.) siempre recurrimos al mismo tópico: “Déjate llevar por la razón, no por los sentimientos”.
Es decir, presuponemos que, si elegimos arropado por razones, y no por emociones, tendremos más posibilidades de acertar. ¿Es esto siempre lo adecuado? ¿La toma de decisiones tiene más posibilidades de ser la correcta cuando no está impregnada de sentimientos?
Mitos sobre los sentimientos
Estamos inmersos en un mundo donde lo que prima es la razón, la inteligencia, el comprender, no el sentir o emocionarse ante los pequeños o grandes acontecimientos de la vida. La inteligencia es la base de nuestro éxito personal y laboral. Vivimos como si los sentimientos solamente fueran un lastre para desarrollarnos en la vida. Por esto, se nos educa en el convencimiento de que cuanto más fríos y calculadores seamos, más posibilidades de éxito tendremos. No podemos ser demasiado sensibles, ni dejar que los sentimientos invadan nuestras vidas. He aquí algunos de esos mitos (ideas erróneas) que proliferan en nuestra sociedad occidental:
1.- Hay que decidir con la cabeza y no con el corazón: según este principio los grandes triunfadores, es lo que nos inculcan desde la más tierna infancia, serán aquellos que desarrollen al máximo su inteligencia (saber, almacenar conocimientos, etc.) y en un segundo lugar está el desarrollo de sus capacidades creativas, relacionales y afectivas. Pero esto no es cierto, a veces el corazón tiene una visión más completa que la propia razón. En la historia de la humanidad las grandes atrocidades se han cometido cuando se han mutilado los sentimientos y se ha hipertrofiado la razón. Un ejemplo, son los asesinatos y torturas cometidos por los dictadores (Hitler, etc.).
2.-Los sentimientos negativos son siempre malos: los sentimientos negativos (vergüenza, tristeza, miedo, ansiedad, etc.) siempre tienen un valor adaptativo. Es decir, el ser humano se sirve de ellos para poder seguir viviendo. Por lo demás, su bondad o no, dependerá de cómo se utilicen. Así, por ejemplo, si una persona tiene vergüenza (sentimiento negativo) por su falta de cultura y toma la decisión de estudiar, ese sentimiento negativo le habrá servido para crecer como persona y sentirse en paz consigo mismo y con los demás (sentimiento positivo).
3.-Existe incompatibilidad entre los sentimientos negativos y positivos: es decir, según esta creencia ambos sentimientos son excluyentes: no puedo estar triste (sentimiento negativo) y al mismo tiempo estar tranquilo y en paz (sentimiento positivo). No obstante, nuestra experiencia cotidiana nos dice que esa contradicción no existe. Por lo tanto, la representación de los sentimientos no es una línea continua donde los extremos estarían representados por los sentimientos positivos y negativos, ni tampoco es una balanza donde los sentimientos positivos serían el contrapeso de los negativos, sino que la representación gráfica más adecuada es un eje de coordenadas donde el individuo esté situado en un punto donde convivan sentimientos positivos y negativos al mismo tiempo. Así, una persona puede sentir pena, tristeza y dolor por la muerte de un ser querido (sentimientos negativos) pero al mismo tiempo puede estar en paz consigo mismo (sentimiento positivo) por su actuación mientras duró la enfermedad.
4.-Prohibido expresar los sentimientos negativos: sin embargo, una educación sana es aquella que se soporta en pilares diferentes, es decir, proporciona un clima familiar en el que la emoción positiva (alegría, esperanza, etc.) se pueda expresar, pero también la rabia, los celos, la agresividad. «No te queremos menos por tu acto agresivo; te queremos más porque has sido capaz de expresarte y reconocer tu fallo». Este podría ser un buen lema para una familia sana. En definitiva, los padres, como catalizadores del desarrollo humano de sus hijos, deberán facilitar la libertad de sentir, no solamente la libertad de pensar y de actuar.
5.-El gozar es negativo: gozar no es negativo, siempre y cuando no interfiera los derechos de los demás. Al igual que el bebé desea neutralizar el incremento de displacer (sed, sueño, hambre, etc.), también el adulto es muy sensible a la angustia, desvalorización de los demás, etc. En este segundo supuesto la satisfacción no siempre puede ser inmediata (como en el bebé), pero si procurar compensar, de alguna manera, esa carencia y siempre respetando el derecho del otro.
La inteligencia emocional
Los nuevos avances de la física nuclear han roto nuestro modelo mecanicista de la composición de la materia. Ya no podemos seguir afirmando que los cuerpos están formados por la suma de «partículas», independientes entre sí, sino que configuran una nueva estructura con estrechas conexiones de cada una de sus elementos.
De la misma manera, el ser humano no es igual al sumatorio de facultades (pensamiento, voluntad, y emoción) sino que es «algo más «: una realidad que se organiza a partir de esos elementos pero que constituye una nueva estructura: la mente humana. Incluso desde la posición más organicista el cerebro no se considera como una organización con departamentos estancos, sino como una estructura en interrelación constante y dinámica. Por esto, una lesión en un punto del cerebro puede producir, como en cascada, una sintomatología muy variada: motórica, del lenguaje, etc.
Podríamos decir que la inteligencia emocional es el cemento que hace encajar todas las piezas del gran puzle que es la mente humana; la inteligencia emocional entendida “como la capacidad de la persona para entender y percibir los sentimientos de forma apropiada y precisa para asimilarlos y comprenderlos de manera adecuada y para regular y modificar el estado de ánimo propio y de los demás”. Esta habilidad de la mente humana nos permite identificar nuestros sentimientos y los de los demás, utilizar las emociones de forma correcta, comprenderlas y conducirlas para conseguir el bienestar propio y ajeno. Podemos, pues, afirmar que los sentimientos, bien utilizados no dificultan la toma de decisiones, ni son impedimentos para nuestra felicidad, sino que al contrario es la forma más idónea de progresar y crecer psicológicamente. Si mutilamos los sentimientos mutilamos la posibilidad de ser felices. Y nos referimos tanto a los sentimientos positivos como a los negativos pues ambos contribuyen al desarrollo completo de la persona.
Un estudio reciente de la Universidad de Harvard señala que para tener éxito en la vida es necesario un 85% de actitud y sólo un 15% de habilidad. Esto nos indica que no importa tanto saber mucho (tener varias carreras universitarias, por ejemplo) sino estar dispuesto a colaborar, preguntar cuando no se sabe, sacrificarse por el otro, ser agradable y estar relajado, todo ello ingredientes de la inteligencia emocional.
Podemos concluir, que la emoción y la razón son las dos mitades de un todo. Así, pues, en cada persona su cociente intelectual y su cociente emocional (su gradiente de inteligencia emocional) se suman para constituir una mente más creativa, más madura y en definitiva más eficaz.
Pensando sintiendo
La inteligencia emocional es pues una capacidad que todo ser humano posee, pero que puede estar más o menos desarrollada. Esta facultad de la mente humana permite, pues, que no nos dejemos llevar por los impulsos, ni tampoco por las primeras impresiones, sino que seamos capaces de “razonar con sentimientos” sobre las decisiones a tomar. Así, pues, la razón y los sentimientos no son dos polos opuestos de nuestra actuación, sino que se encuentran fusionados a través de la inteligencia emocional.; las emociones nos pueden ayudar a razonar de forma inteligente y tomar las decisiones correctas. Es decir, podemos corregir a Descartes y pasar del “Pienso, luego existo”, al “Pienso sintiendo, luego existo”.
Alejandro Rocamora