Acabamos de celebrar la Semana Santa en la que se pone de manifiesto la compasión con el que sufre, representado en la figura de Jesús.
Cuando miro a nuestra profesión no dejo de pensar en cómo practicamos la compasión.
Recojo lo que expone Paolo Spriano, en UNIVADIS. La etimología del término «compasión» procede de las raíces latinas com, que significa «junto con», y pati (pato, pathos), que significa «soportar o sufrir». La compasión implica o requiere empatía e incluye querer ayudar y/o desear aliviar el sufrimiento de los demás. Según este autor, “La compasión en el contexto médico es probablemente un caso específico de un sistema adaptativo más complejo que ha evolucionado no solo entre los seres humanos para motivar el reconocimiento y la ayuda cuando otros sufren.” Se convierte en el requisito para una práctica clínica eficaz. Porque representa el punto final de un proceso dinámico en la intersección de las influencias del médico, el paciente, la clínica y las instituciones.
Este deseo de ayuda y de alivio choca muchas veces con la realidad asistencial y estructural que tenemos de manera generalizada, lo que da lugar a lo que se conoce como fatiga por compasión, que se traduce por agotamiento profesional, que desencadena el burnout y la actuación sanitaria se vuelve apática, rutinaria, automática y sin humanidad. Elementos desencadenantes pueden ser, como refleja un estudio publicado en el Journal of Internal Medicine en 2023, la falta de alineamiento de los valores del sistema con los valores personales de los médicos, incluida la capacidad de prestar una atención compasiva, y esto según los autores de este estudio puede desencadenar que “cuando se trabaja en entornos con valores discrepantes, las contingencias laborales pueden obligar a los médicos a dejar de lado repetidamente sus valores personales, lo que puede llevarles a abstenerse de utilizar las competencias disponibles para mantener su rendimiento en consonancia con los requisitos de la organización”. La sospecha que genera este estudio es que lo que impide la compasión es la incapacidad de proporcionarla porque se ve obstaculizada por factores relacionados con la situación en la que se encuentra el médico.
Con los resultados de este estudio podemos concluir que es imprescindible y necesario recuperar estructuras humanizadas y humanizadoras que pongan a la persona en el centro de la atención, que se dote de medios y recursos adecuados, porque para humanizar no basta la buena voluntad y el compromiso personal, es preciso que las estructuras y las políticas sanitarias apuesten decididamente por poner a la persona como pivote en el que se sostenga todo este entramado.
Francisco Javier Rivas Flores, médico y bioeticista
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