El sueño está unido al dormir y mientras dormimos siempre soñamos, aunque no siempre lo recordemos. Los sueños son un indicador del trasfondo de nuestro mundo psíquico. ¿Es sano soñar? ¿debemos soñar despiertos? ¿a dónde nos conducen nuestras fantasías? ¿pueden convertirse en nuestra peor pesadilla? Lo cierto es que sin ellos no podemos vivir.
Cuando he comenzado a reflexionar sobre el contenido de este artículo me ha venido a la memoria el recuerdo de D. Fulgencio mi maestro en un pueblecito de Toledo, allá por la mitad del siglo XX. Este viejo maestro, de una escuela unitaria, pragmático, bonachón y con una sabiduría natural, nos decía con frecuencia: “Debéis “soñar despiertos” para ser hombres de provecho”. Esto, en aquellos tiempos, era sinónimo de triunfar en la vida siendo honrados y trabajadores. Eran dos cualidades que se exigían a toda “persona de bien”.
Por otra parte, el sueño mientras dormimos es de alguna manera un indicador del trasfondo de nuestro mundo psíquico. Y surge la pregunta, ¿es sano soñar?
Soñar y fantasear
La fantasía, desde el punto de vista psicológico, la podemos entender como una facultad humana que nos posibilita “embellecer el pasado” para soportarlo, y también colorear el futuro para hacerlo más apetecible. Fantasear es una necesidad constitutiva del ser humano que nos facilita contemplar la vida con optimismo. Eso sí, habría que evitar que esta cualidad humana nos sirva para negar la cruda realidad o evadirnos de los conflictos.
Por otra parte, cuando a un niño pequeño se le pregunta qué quieres ser de mayor, de alguna manera le estamos invitando a soñar. Pero el sueño no se impone se descubre. El anciano fundamentalmente contempla al mundo en función de sus sueños cumplidos o incumplidos, y el niño y el joven es todo sueño. Sin sueños no existe futuro. El sueño es como una tensión que nos invita a seguir viviendo y a progresar.
Concretando podríamos decir que fantasear es imaginarnos lo que deberíamos ser o hacer en la vida, y soñar, es eso mismo, pero además poner los medios para conseguirlo. Es decir, no solamente deseamos algo, sino que nos ponemos “manos a la obra” para lograrlo.
La palabra “soñar” se emplea con dos acepciones, que reflejan dos situaciones diferentes: el sueño nocturno y el sueño diurno (soñar despierto).
Sueño nocturno
El sueño nocturno o fisiológico está unido al dormir. Mientras dormimos siempre soñamos (el soñar va unido al dormir como el respirar a la vida), aunque en muchas ocasiones a la mañana siguiente no recordemos los contenidos de la vivencia onírica. Es más, en algunas ocasiones incluso parece que perdemos esa cualidad de repente. Un ejemplo: es frecuente que algunos pacientes cuando inician un tratamiento psicoterapéutico y se les indica lo conveniente de traer los sueños para trabajarlos durante la sesión, entonces no pueden recordar ninguno. Por otra parte, sabemos que la facultad de recordar el sueño se fortaleces con la práctica. Así, si todas las mañanas nos tomamos la molestia de apuntar el contenido de nuestros sueños, al poco tiempo no hará falta ningún esfuerzo para recordarlos.
Por lo tanto, el recordar los sueños es un signo de salud mental, ya que permitimos que las vivencias inconscientes, aunque en clave, salgan a flote. Es una manera que el individuo tiene de manifestar su deseo de descifrar el jeroglífico de su mundo interior y en definitiva descubrir sus estructuras más profundas.
Según esta última afirmación, podemos decir que una vía de conocimiento de una persona es su mundo onírico. Es decir, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos: “dime lo que sueñas y te diré quién eres”.
A través de los sueños, de su interpretación, podemos acceder al fascinante mundo inconsciente del sujeto, donde está la llave de la felicidad. Es decir, podemos destapar las vivencias traumáticas y deseos no satisfechos, e incluso los miedos presentes y futuros. Los sueños, pues, son una entrada para penetrar en el pasado de cualquier persona, pero también en su futuro: de ahí su característica indicadora de toda la trama inconsciente y su carga profética anunciadora de lo que va a ocurrir.
Este segundo aspecto es el más desarrollado en las culturas primitivas donde los sueños siempre tuvieron una misión anticipatoria del futuro: predecir las guerras, las catástrofes naturales, etc. De alguna manera se estaba manifestando el poder casi omnipotente de nuestro inconsciente.
Pero también, los sueños tienen una función tranquilizadora (incluso las pesadillas tienen la finalidad de purgar alguna culpa inconsciente), lo que hizo afirmar a Freud que “el sueño es el guardián del dormir”. Se puede, pues, afirmar, paradójicamente que se duerme para soñar y que se sueña para seguir durmiendo.
“Soñar despierto”
Como sinónimo de imaginar, fantasear, ser creativos, proponerse metas a conseguir. Por esto, D. Fulgencio bien sabía que debía inocularnos el gusto por el estudio, por la exploración de otros caminos para superar la pobreza de aquellos duros años de la posguerra.
Lo que está claro es que el “soñar despierto” ayuda a progresar y a no quedarse anclado en un punto, y sirve también, para poder cambiar una situación desagradable. Es como caminar por la vida con las luces largas puestas, que amplia nuestra perspectiva.
Podemos distinguir entre “tener fantasía” (proyectos de futuro) y vivir en un “mundo fantástico”: fuera de la realidad, como si las soluciones vinieran por sí solas, sin esfuerzo y con solo desearlas. Esta segunda opción, no es sana, pues no es realista y nos hace vivir en un mundo irreal.
Pero la fantasía y el “soñar despierto” es inherente al ser humano. Sin una mirada hacia el futuro, podríamos llegar hasta morir de inanición; es necesario mirar hacia adelante para ir construyendo el presente. Todos de alguna manera nos imaginamos nuestra vida, proyectamos nuestro futuro y esperamos un mundo propio y ajeno mejor.
Lo negativo no es fantasear, soñar, sino hacerlo de forma compulsiva y sin tener los pies en la tierra. Lo compulsivo se refiere a que los “sueños” sean tan frecuentes y reiterativos que no nos permitan desarrollar la vida cotidiana. Por ejemplo, estar día y noche fantaseando en la posibilidad de que me toque la lotería o poner nuestra felicidad en la suerte o el destino de encontrar trabajo. Una “ensoñación” excesiva no es saludable, ni motivadora para crecer. Esto se produce cuando prácticamente todo el día lo pasamos con fantasías que nos alejan de la realidad, o cuando no podemos evitar seguir fantaseando, pese a que nos damos cuenta que es una pérdida de tiempo. Y aunque, en ese momento de ensoñación puede ser agradable y placentera, posteriormente nos puede producir ansiedad al constatar la dura realidad. En ocasiones, esta “ensoñación excesiva” puede ser causa de insatisfacción, baja autoestima o actitudes obsesivas.
No podemos querer llegar a la cima sin esfuerzo y sin tener en cuenta la “cuesta arriba” del camino. Los sueños inalcanzables más que ayudar podrían dificultar la vida real, pues nos pueden hacer caer en la desesperación y en la desesperanza. Por esto, en ocasiones, el problema no es el objetivo, sino no percibir los medios con los que contamos. Así, exagerando un poco, si a los 60 años fantaseo con participar en las próximas olimpiadas, cosa que con toda seguridad no conseguiré, no me puedo deprimir; aquí lo negativo no es el objetivo, sino el no ser consciente de las posibilidades reales con las que cuento.
Otra cosa es tener un “sueño” posible y realizable (por ejemplo, estudiar una carrera) pues esto mismo puede ser un acicate para conseguirlo. El sueño, la fantasía de realizar algún proyecto factible es como una tensión que nos posibilita conseguirlo. “Soñar despierto”, si no es en exceso ni se produce de forma compulsiva, es una de las mejores formas de progresar y crecer psicológicamente.
Conclusión
Mi maestro D. Fulgencio tenía razón: hay que soñar para poder progresar en la vida. Sin una tensión que nos empuje hacia adelante es muy complicado existir. Toda persona “necesita que el arco de su vida esté siempre tenso” (Julián Marías); sin proyectos es imposible la existencia. Por esto, soñar despierto, es una condición indispensable para vivir.
Pero, además, es un hecho saludable el hecho de soñar (durmiendo), mejor recordar esos sueños, pues eso nos permitirá profundizar en nuestro mundo inconsciente y conocernos mejor. El hecho mismo de permitirnos recordar el sueño es un indicador de nuestro anhelo de mejorar.
Así, pues, la respuesta a la pregunta del enunciado del artículo es afirmativa para ambos supuestos.
Alejandro Rocamora
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