La vida es un camino personal que nadie puede transitar por nosotros, pero sí se puede acompañar para desbrozar ese recorrido. Esta es una de las misiones de los sanitarios. Ir un paso por delante del enfermo, limpiando las malezas y aplacar los miedos que genera la enfermedad para alimentar la esperanza.
El día va cayendo en el parque de la Rosaleda de Madrid. Las hermosas flores que inundan los espacios se dejan mecer por el suave viento primaveral. En esa tranquilidad, una rosa amarilla de pétalos carnosos, prietos, brillando por la luz del sol que se esconde por el oeste se sincera con su compañera, otra rosa de colores bermejos que, se funden con el color del cielo en este momento del ocaso del día.
– Sabes, tengo miedo. Miedo a que toda mi hermosura se pierda cuando venga el jardinero y me corte. Mis pétalos se secarán, mi color se ajará y se transformará en feos tonos ocres que demacrarán mi aspecto.
A lo que su compañera, en su sencillez, le responde:
– Pues yo tengo esperanza. Esperanza de ganar el premio a la rosa más hermosa. Entonces el jardinero vendrá con mimo y cuidado de no estropearme, me cortará y me cubrirá de productos que conservarán mi belleza, es verdad que la sabia no correrá por mí. Pero conservaré mi lozanía y contemplarme alegrará la vida a muchas personas que se acerquen a verme.
He aquí dos actitudes diferentes ante una misma situación. Actitudes que pueden ser las que los seres humanos presentamos ante la enfermedad. Sobre todo cuando la enfermedad es grave, incapacitante, altamente letal.
La enfermedad es una experiencia que llena toda la vida y la existencia de una persona y, también, su entorno. La enfermedad se manifiesta por signos y síntomas que muestran que algo no funciona adecuadamente en nuestro organismo. La gravedad de la misma se aprecia por el nivel de alteración de la función orgánica que llega al nivel de ser incapaz de cumplir con la finalidad a la que estaba presupuestada en la economía fisiológica.
En estas situaciones se puede intuir la finitud de la vida, de la propia vida. En palabras de Ortega y Gasset, hay una vivencia de la enfermedad y de la finitud de la vida. Esta vivencia desencadena en los sujetos miedo y esperanza.
Miedo y esperanza no son actitudes contrapuestos, sino complementarias. Y uno y otra conviven en la misma persona y en los mismos momentos. Por ello para los sanitarios es imprescindible identificar estas actitudes, porque nos muestran la verdadera dimensión de la enfermedad en la persona. No la enfermedad como concepto, sino como experiencia. Es, recordando los versos de Antonio Machado: “Caminante no hay camino / se hace camino al andar…”
En todos los momentos de nuestra vida vamos haciendo camino, un camino personal, que nadie puede transitar por nosotros. Pero sí se puede ayudar a desbrozar ese camino. Esta es una de las misiones de los sanitarios. Sus conocimientos de la evolución, biológica, de la enfermedad, les lleva a anticiparse, ir un paso por delante del enfermo, limpiando las malezas, allanando algunos desmontes y enderezando alguna senda torcida, de lo que suponen los síntomas y las manifestaciones.
Pero precisa también el conocimiento, la vivencia de la enfermedad manifestada en los miedos y esperanzas que se generan en los enfermos. De esta manera el sanitario puede aplacar los miedos que genera la enfermedad y alimentar la esperanza. Pero, veamos un poco más detenidamente cada una de estas actitudes.
Miedo
El miedo es una emoción caracterizada por la angustia ante un riesgo, o daño, real o imaginario. Tiene que ver con el enfrentamiento ante lo desconocido. Ante las situaciones de peligro los animales reaccionan de dos manera diferentes. Pueden permanecer en quietud, evitando todo movimiento o actuación que permita hacer pasar desapercibido al sujeto, una de sus manifestaciones más representativas es la mimetización con el ambiente.
La otra reacción es la hiperactividad, el movimiento constante para tratar de eludir el peligro. Ambas se dan también en los sujetos humanos. Y ambas las podemos observar en nuestros pacientes en momentos de incertidumbre a lo que pueda venir, algunos se paralizan y prácticamente no reaccionan, y otros se muestran hiperactivos, agotando a los sanitarios y sus cuidadores.
Pero el miedo, en expresión fisiológica, supone adaptar el organismo a lo que pueda venir, pone en marcha el sistema nervioso autónomo con sus manifiestas propias. Esto puede llevar a que, al no tener en cuenta estos elementos, algunas propuestas terapéuticas no sean todo lo eficaces que se les suponía.
Esperanza
Decía V. Havel “La esperanza no es la convicción de que algo va a salir bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulta.” Y ello puede ser especialmente significativo en la enfermedad. Encontrar sentido al sinsentido de la enfermedad y la muerte.
Bermejo en su blog de la revista humanizar nos recuerda las palabras de Laín Entralgo: “Qué es el médico para el enfermo, sino un hombre perito en el arte de posibilitar, dilatar y mejorar las quebrantadas esperanzas terrenales de este: el médico sería, pues, entre otras cosas, un dispensador de esperanza”. Y nos recuerda que uno de los componentes característico es la confianza.
Y la esperanza también tiene que ver con la espera. Ante la enfermedad se espera que el médico cure, alivie o por lo menos consuele. Así lo recoge una investigación liderada por Daneault y recogida por mí en el libro Los profesionales sanitarios ante la muerte. Este autor recoge en su trabajo siete atributos de la esperanza en las personas que presentaban cáncer: fenómeno irracional (fuera de la razón), milagro, fenómeno cambiante en el tiempo, manifestación de una vida prolongada, obtener una buena calidad de vida, disfrutar el presente y prepararse para el final, y por último la falta de esperanza.
Conocer estos atributos debe llevar a los sanitarios a sentarse más detenidamente con su paciente, entendiendo que estos atributos son cambiantes y evolucionan con el devenir de la enfermedad, con el camino que se recorre.
Conclusiones éticas
Es un deber ético en la relación asistencial considerar la vivencia de la enfermedad para llevar a cabo la acción benéfica que se exige a todo acto sanitario. De manera que permite trabajar los miedos a los que se enfrenta el paciente. Suponer hacer esfuerzos para incrementar la confianza, por lo menos, en que se va a procurar el cuidado y el consuelo. En definitiva, mantener una cierta esperanza realista evitando las implicaciones excesivas. Es sentarse al lado del enfermo, cogerle la mano y generar el clima de confianza que afiance la esperanza.
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