Me doy cuenta que necesitamos asegurarnos de que lo que hacemos los médicos lo hacemos bien. Es decir, que tenemos tanto riesgo de equivocarnos como el que más, y que cuando tienes la salud entre las manos, ¡uf, qué responsabilidad!
Y es que es tan humano errar, y las sobrecargas de trabajo, las tensiones y cansancios son tan habituales, que es fácil fallar.
El sistema y el ser humano
Por una parte, todo lo que nos asegura que al prescribir un medicamento no lo hacemos a alguien que es alérgico, o que es incompatible con otro fármaco, es a veces pesado, pero ¡qué importante! Los “cuatro ojos” con los que atendemos a la persona se multiplican al apoyarnos en sistemas informáticos que están programados para que salten alarmas. Maravilloso. Detrás de todo ello, hay personas que han estado en la práctica, claro.
Por otra, el personal de enfermería que pone en marcha la administración, por ejemplo en una Residencia, que también da un toque de atención muy de agradecer, que está al quite de cómo le sienta a determinada persona tal medicación. Sugieren y complementan.
Por otra, el farmacéutico, que con su opinión y el diálogo, ayuda en la racionalidad, entre otras cosas, de unas opciones terapéuticas o de otras. Revisan aspectos que se nos escapan.
Y nosotros, los que hemos estudiado el arte de la medicina, que cada día estamos llamados a estar con atención plena en el quehacer, a seguir adquiriendo conocimientos, revisando la práctica, compartiendo con los compañeros, preguntando humildemente lo que no sabemos.
Todo ello evoca a la necesaria super-visión. Una invitación a ser cada día mejores profesionales dejándonos interpelar. Estamos hechos de la humana pasta falible y sensible, también los médicos.
Rosa María Belda Moreno
(imagen, Pixabay).