Estamos vivos porque somos seres en movimiento. El Verbo se hizo carne para habitar entre nosotros y vagar por el mundo. En esa esencia nómada está escrita nuestra supervivencia, desde que tenemos memoria. No olvidemos que somos migrantes, pues ningún lugar nos pertenece sino que hacemos una parada de tránsito en nuestro fugaz vuelo.
Llevo unos días que no se me va un estribillo de la cabeza: “yo no soy de aquí, pero tú tampoco”. Se lo debo a Jorge Drexler que va poniendo la banda sonora a mis viajes in itinere al trabajo y mueve mis pensamientos al ritmo de sus acordes. La canción se titula Movimiento y hace un recorrido desde que empezamos a migrar por la sabana, asegurando que “somos una especie en viaje, no tenemos pertenencias sino equipaje” con perlas como “vamos con el polen en el viento, estamos vivos porque estamos en movimiento”.
La música es el mejor auxilio para salir a flote y respirar entre la constante marea de malas noticias y repetidos contertulios radiofónicos, que no digo yo que no me gusten los informativos, pero sí que tengo que hacer la digestión del aluvión de titulares que nos asaltan diariamente. Ya no sé si tengo alergia a las partículas del polvo o a todos los microorganismos electoralistas suspendidos en el aire entre insultos, mentiras, mítines, comparecencias, declaraciones o cartas a la ciudadanía, ¡que menudo año llevamos!
¿QUIÉN SOY?
La inmigración o emigración, según la perspectiva desde la que se mire, es uno de los temas de más rabiosa actualidad; aunque habría que quitar más rabia y añadir más empatía, porque la situación lo requiere. Empezando por hacer un ejercicio de reconocimiento y, antes de juzgar a otro, mirarnos al espejo con honestidad para responder a la pregunta ¿quién soy? Hay que ser valientes.
Soy hija de un segoviano que se vino al Madrid de posguerra con 15 años y un puñado de sueños envueltos en una muda dentro de una maleta, y una jienense que a los 10 años se fue a servir a Granada hasta llegar a la capital. Mi marido estudió y trabajó ocho años en Alemania antes de regresar a España, sus padres dejaron las raíces leonesas para criar la prole en Málaga, cuyos abuelos buscaron en Argentina su fortuna… y mis hijos quién sabe dónde volarán. Somos aves de paso. “De ningún lado del todo, de todos lados un poco”, volviendo al tema de Drexler.
Qué derecho tenemos de poner límites a la libertad de buscar algo mejor, si va en nuestra naturaleza. Cómo no comprender a quienes se juegan la vida para no morir, si no tienen nada que perder. Cuál será el tamaño de su desesperación. ¿Acaso no haríamos lo mismo?
ODISEA EN EL SIGLO XXI
“Cuando los migrantes llegamos al mar, la batalla está perdida” le escuché decir a Ousman Umar en una entrevista de radio que me impactó hablando de su libro Viaje al país de los blancos, donde relata su particular odisea desde que abandonó su tribu en Ghana hasta que le acogió una familia en España. Un joven que atravesó el desierto del Sahara a pie, donde vio morir a la mayoría de sus compañeros, cruzó el mar en patera donde perdió a su mejor amigo, hasta llegar a Barcelona cinco años después con 17 años. Sin hablar español, ni leer ni escribir. Una historia de sufrimiento con un final feliz, pero también de esperanza, porque su vida continúa más allá de esas páginas. Estudió dos carreras y un máster, fundó la ong Nasco para dar educación a la infancia y se integró en Open Arms donde es activista.
Un caso excepcional, como lo son su madre y padre de acogida, gracias a los cuales puede contarlo. Ella le encontró durmiendo en la calle y Ousman le preguntó en inglés dónde estaba la Cruz Roja, le indicó cómo acudir, le invitó a desayunar y le dio su teléfono. Un mes después le dieron un hogar y una nueva vida. Con el tiempo, Ousman entendió que en la formación está la clave: “Si alimentas la barriga, sacias el hambre un único día. Si das educación, estás dando comida para siempre. La inmigración se debe solucionar en el país de origen con educación”.
Sin embargo, cuántos otros problemas los está solucionando la población migrante. Gracias a ella está aumentando la natalidad en la vieja Europa y sus manos son las que realizan mayoritariamente trabajos infrapagados. Personas que dejan de cuidar a sus familias en sus países de origen para atender a otras que no son la suya. El duelo está asegurado por la pérdida de sus costumbres, su gente, su barrio, su tiempo con ellos y esa vida que les gustaría construir pero que no es posible, al menos de momento. Aunque el deseo del reencuentro permanece, hasta que puedan regresar o traer a los suyos a esta nueva vida.
VUELO INEVITABLE
Seres que vuelan y cruzan un mar de desesperanza para alcanzar un horizonte de luz y pan. Desconocen que con su llegada también renace la primavera que les acoge. Lo aprendí en uno de esos documentales con los que todos se quedan dormidos menos yo a la hora de la siesta. Las aves migratorias generan todo un ecosistema a su paso, y malo es cuando cambian de ruta, no hacen parada o ya no necesitan moverse. Daños colaterales del cambio climático, ese que nos está alterando la nevera y el fondo de armario.
Pero necesitamos la primavera y con ella, la llegada de cientos de aves que repueblen nuestra España vaciada y que la llenen de vida, de alegría, de esperanza. Ya llegará el otoño y, con su partida, seguiremos el rastro de su ausencia con la nostalgia de un amor de verano. Aunque si se quedan, no habrá lugar para la tristeza, porque al echar raíces aumentarán esa familia multicolor y multirracial que nos enriquece con sus cánticos.
Si se quedan seremos todos los que aprendamos a ser libres y a no tener miedo a volar cuando llegue el momento. Pues nada nos pertenece tanto como las ganas soñar. “Es más mío lo que sueño, que lo que toco” canta Jorge. No hay mayor energía para batir las alas y seguir bailando al ritmo de esta danza ancestral bordada en nuestro ADN migrante.
Gema Moreno, periodista
Nati Rodriguez, ilustradora
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