Hace unos días, en una tertulia de café, estábamos hablando de lo humano y lo divino, y un buen amigo mío me preguntó: ¿se puede aprender la esperanza? Me quedé perplejo y contesté con evasivas. Hoy, tras mi reflexión matutina paseando a mi mascota Coco, quiero responder a esa pregunta.
Alejandro Rocamora Bonilla
Foto: Kristopher Roller para Unsplash
La esperanza es como el motor de la vida. Nos impulsa hacia el futuro y hace que nuestro presente sea mas saludable. Sin esperanza caeríamos en la apatía e indiferencia.
Laín Entralgo (1962)[1] distingue entre la espera y la esperanza. La primera, nos dice el autor, es “constitutiva del ser humano” (nadie no puede no esperar). Así, pues, todo ser humano puede proyectar, desear y mirar al futuro. La persona está en situación de espera constante: quiere seguir existiendo, desea pasar de un menos a un mas, y quiere seguir siendo uno mismo.
La esperanza, por el contrario, “es un hábito de segunda naturaleza del hombre”, y por lo tanto es preciso desarrollarla para pasar de la potencia al acto. La esperanza, pues, es como una semilla que se debe cuidar y cultivar. De lo contrario no se actualizaría. Eso sí, se puede adquirir, pero también se puede perder.
El propio Laín Entralgo se pregunta, ¿cómo se adquiere la esperanza? Y señala tres caminos:
la voluntad de entrega (el compromiso con lo que se hace),
la voluntad de creación (compromiso con la vocación) y
la disposición al sacrificio y el esfuerzo cotidiano (hoy hablaríamos de la “pedagogía de la frustración” como forma de caminar en la adversidad).
¿Se puede aprender la desesperanza?
Y, ¿se puede aprender la desesperanza? Como bien ha descrito Seligman, padre de la psicología positiva, con sus experimentos con perros sometidos a diferentes descargas eléctricas, la desesperanza se puede aprender. En síntesis, esta teoría afirma: cuando un ser vivo está expuesto de forma repetida a una situación conflictiva e incontrolable puede desarrollar desesperanza, que se manifiesta por:
1) apatía, indiferencia ante situaciones de sufrimiento,
2) adopta una postura negativa ante la vida y
3) dificulta grandemente que se cambie la situación pues es invadido por el pesimismo. Esta situación puede dar origen a una enfermedad depresiva.
Del mismo modo, podemos afirmar, que se puede “aprender la esperanza”. Esto va a depender de dos realidades: personalidad del sujeto (su actitud ante el éxito o/y el fracaso) y vivir en un medio (familiar y social) que rezume amor y seguridad. Es decir, un “nosotros” fuerte posibilita que el individuo vaya caminando por la senda de la esperanza. Sabiendo eso sí que nunca será absoluta (la esperanza no es certeza) pero tampoco desaparecerá de forma total.
Así, pues, aquí tienes, mi buen amigo de la tertulia, la respuesta: se puede (y se debe) aprender la esperanza.
Alejandro Rocamora Bonilla
Foto: Kristopher Roller para Unsplash
[1] Laín Entralgo, P. (1962). La espera y la esperanza. Madrid: Revista de Occidente, p.477 ss.
Deja un comentario