Una pandemia para humanizar
Francisco Javier Rivas Flores
Médico y Bioeticista
Las pandemias infecciosas se están haciendo habituales en los últimos años. Durante el siglo pasado fueron más esporádicas, aunque no menos graves ni extensas, recordar sólo la pandemia de gripe de 1918, con alta mortalidad, con menos medios de control y tratamiento.
En este siglo XXI llevamos ya varias pandemias, el SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo-, la provocada por el virus de la gripe A – N1H1, la provocada por el virus de Ébola, etc. Todas ellas han puesto a prueba por un lado la fortaleza de los sistemas sanitarios para hacer frente a los grandes desafíos técnicos, asistenciales y organizativos que supone, pero por otro la fortaleza social de los distintos estados y, en nuestro caso, de las distintas administraciones.
Hacer frente a estas situaciones supone también tener una respuesta ética para actuar correctamente. A este respecto analizar cuáles serían las medidas más adecuadas en cada caso que respeten los valores de las personas deben estar en la misma línea de pensamiento y toma de decisiones que cuál sea el procedimiento diagnóstico o de tratamiento más adecuado.
Este siglo que ha supuesto, de facto, la consagración de las teorías neoliberales en las que se intenta reducir el papel del Estado para dar más poder al individuo, está mostrando otra realidad, solo con la solidaridad se es capaz de afrontar estas crisis. Una sociedad que de manera equitativa y con criterios de justicia distribuye los bienes sanitarios a todos los que los precisen, independiente de su situación social o económica es una sociedad abierta al menesteroso y vulnerable y pandemias como la del Coronavirus nos muestra la verdadera naturaleza del ser humano, vulnerable, frágil, que precisa la ayuda de otros, para poder sobrevivir. Donde descubrir el verdadero valor de la autonomía, que se nos muestra como una faceta de la heteronomía que caracteriza al ser humano. Solos no podemos, nos necesitamos unos a otros, para poder resolver situaciones críticas. Y estas situaciones lo ponen de manifiesto, no basta con aislar a las personas enfermas, es preciso tomar conciencia de una responsabilidad social que exige no exponerse a situaciones que puedan propagar la enfermedad.
Por ello el tener en mente que humanizar supone precisamente poner en el centro de las acciones a la persona, sobre todo a las más frágiles por su situación social, económica, de edad, se convierte en un imperativo ético de primer orden. Humanizar supone precisamente, que, a pesar de la masificación, inevitable, se pongan las condiciones para respetar al máximo la dignidad de las personas en cómo son atendidos en su intimidad.
En estos casos siempre surge el restringir algunas libertades individuales, como puede ser la movilidad de personas o compartir espacios, medidas todas ellas que exigen una justificación adecuada y siempre como última medida, porque supone un atentado contra uno de primeros derechos humanos, la libertad. Cualquier actuación que restrinja la libertad individual o colectiva siempre ha venido refrendada por la autoridad judicial dado lo que supone para la consideración de la persona. Todo ello con transparencia suficiente para entender tanto los criterios que determinan la distribución de los recursos como los que aplican para limitar la movilidad de las personas, debiendo rendir cuentas de cada una de las decisiones tomadas ante la ciudadanía.
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