Desde pequeña soñaba ser escritora. Redactaba poemas de cumpleaños y santos, me imaginaba haciéndoles entrevistas a personajes imaginarios, los Reyes Magos me traían los cuentos de Andersen y las fábulas de Esopo, Iriarte o Samaniego. Pero nunca me vi de feria en feria, subiendo al AVE o al coche de un amigo para estampar mi firma, mi pasión, mi cercanía a los lectores.
Primeras incursiones
Me recuerdo con la ilusión recién vestida y mis primeros poemarios. ¿Epifanía de la luz en el 88? ¿Historia de amor en Florencia en el 89? Por primera vez me invitada una librería de prestigio, Cálamo, de Zaragoza. No vendimos mucho, pero para mí fue todo un éxito estar firmando en la Feria del paseo Independencia mi obra iniciática. Me sentía importante y algo azorada.
¿Fue con Se está muy bien aquí. Diario de una amistad, de Huerga y Fierro, en el 2002, y con El corazón en vilo, de adamaRamada ediciones, en 2005, cuando firmé con librería París? La memoria se me confunde a veces con los sueños y una esperanza nunca defraudada.
A partir del 9, mi sello sería Libros del Innombrable. Ese año con La manzana o el vértigo, poesía intimista y erótico mística según el escritor y periodista Antón Castro, como explicaría en el prólogo. Después, a través de la colección Joseph Merrick, con diversos volúmenes sobre literatura y discapacidad (12, 13, 15 y 19), una nueva aventura que nos entusiasmó. En la caseta de la Asociación Aragonesa de Escritores (AAE) firmé, junto a otros compañeros, varias de mis obras en verso y prosa. Fipmad 17 –Festival Internacional de Poesía de Madrid–, Feria del Libro de Madrid, Expoesía en Soria y otras singladuras que luego comentaré.
Tablero a la medida
Esa es otra historia. Igual que el caracolito con su casa o la tortuga con su caparazón, yo iba con mi mesa a cuestas.
Desde mis primeras firmas en librería Cálamo, siempre he preguntado por la altura del expositor. Algo baladí para la mayoría, para nosotros, los sentaditos, o que nos desplazamos, vivimos y trabajamos sobre ruedas, es algo esencial. Dadas mis dificultades para escribir a mano, según la altura de la mesa y la distancia hasta los primeros libros expuestos, puedo firmar o no. Siempre con bolígrafo suave, nunca con pluma. Como hizo Sherezade para entretener la noche y la muerte con sus cuentos, tendría mil y una anécdotas que contar.
Al principio llevaba una mesa de camping, demasiado baja, en las que me las veía para estampar mi firma y las que intentaba fuesen entrañables dedicatorias, algo borrosas a veces. Fue cuando me encargué un sello con mi autógrafo. Con suerte, algunos puestos y casetas en el paseo Independencia, y luego en el parque José Antonio Labordeta, sí tenían la altura imprescindible. Peor, cuando no cabe un alfiler, presenta un escalón infranqueable o solo entra una rueda. Como en la plaza del Pilar, o estos últimos años en el parque –expositores reciclados de venta de plantas–. O cuando te da cara todo el sol, como en la Feria de Teruel. Para más inri, cuando no te dejan colocar una mesa paralela; logramos anulasen la normativa. Últimamente mi mesa portátil se acopla a las dimensiones de mi silla, y con ella nos desplazamos en coche a Soria.
Bodas de platino
Han sido muchos años, mucha experiencia atesorada. Del Verbo y la Belleza, La fuerza de los límites, Cuentos desde la diversidad, En luna llena –premio Acordes en Espiel (Córdoba), Mujerarte en Lucena (Córdoba), Tránsito… Y una nueva marca y sello editorial, Imperium Ediciones, que daría a luz De la noche al Ángelus y El penúltimo ocre, tan reciente y querido.
El XXXV Premio Internacional de Poesía Juan Alcaide de Verbum Editorial, con Pájaros de silencio, marcaría un antes y un después. Presentación en Valdepeñas (Ciudad Real), Festival Internacional de Poesía, Feria del Libro de Madrid… la misma editorial, Verbum, me animó a publicar las dos primeras novelas de mi inminente trilogía, El ramito de azahar y Cada otoño migran las golondrinas. Ahora, he impresionado en tampones de corcho cinco o seis de mis dedicatorias autógrafas. Un nuevo avance.
El Episcopio en Ávila, la Casa de las Conchas salmantina, Los Viernes del Sarmiento en Valladolid… Otro hito, ganar el premio Tìflos de la Once en prensa escrita. O el de mi admirada Helen Keller, la niña y escritora sordociega, en la asociación El Arca en Bogotá. Institutos, colegios o parroquias. Hablar en público y escribir a mano, dos de las luchas que más me han costado en la vida, retos conseguidos. Me decía un amigo que, de las pocas cosas que dejamos cuando nos marchamos, yo voy a dejar la pluma y el amor. Ya me gustaría.
Pilar Martínez Barca, escritora
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