(Este relato es muy personal. Pero también figuran en él unos cuantos nombres ajenos.
En conclusión, cualquier acción positiva (ecológica) con la Naturaleza, debe producirse no por un individuo solo, ni por una familia, sino por un buen número de personas actuando en la misma dirección. Destaco entonces el efecto de la colaboración.
Vaya, puse la moraleja por delante del cuento. Pero no os vayáis, que al final viene una sorpresa interesante).
Encinas y sauces
Cuando llegamos a la parcela nos esperaban siete ejemplares autóctonos, seis encinas, alguna de ellas de muy considerable porte, y otro ejemplar de alguna de las especies de sauce (nos dijeron), pero no llorón. Suponemos que entre ellos comentaron algo así como “éstos tienen pinta de pardillos de ciudad; esperemos que se queden aquí de habituales, y por lo menos aprendan algo”. Nosotros, en esos momentos, estábamos más por comprobar el cumplimiento de la memoria de calidades de la casa.
Que me perdone Linneo y sus sesudas clasificaciones de toda la botánica, pero como es un territorio que yo no domino (y con permiso de Félix que se sabe todo sobre los árboles), para construir este relato utilizaré mi propia clasificación: a) árboles nativos, b) regalos de amigos, c) a propio intento nuestro, y d) espontáneos o venidos de lejos motu proprio.
- a) Las encinas son el árbol de este territorio, y las hay a millares por el entorno. Periódicamente, por si no las miras, ponen a tus pies el recuerdo de que existen: la caída de las hojas, las bellotas con sus cascabillos, que el primer año las coges con cierta fruición por la novedad, y las candelas, que son las flores femeninas muy elegantes, pero que cuando se deshilachan se reparten por todo el suelo.
Una bellota en el suelo
Una de las primeras clases de botánica con los niños fue cuando, medio enterrada, descubrimos una bellota caída al suelo y que había empezado su proceso de germinación. Eso en la ciudad no lo había.
Pero una de las prestaciones que el abuelo encontró ante sus nietos, era subirse (a media altura, claro) a una de las encinas más aparentes y al sauce. Actividad a la que había que poner límites: “esto no lo hagáis sin que haya un mayor delante”. Al abuelo sus hijos le recriminaban también como en tantas cosas: “un día te va a pasar algo”.
- b) Y ahora empieza propiamente lo del “…plantar un árbol…” que creo que los otros dos términos del contrato con la vida van cumplidos ya con creces (lo de los hijos y los libros).
Regalos hemos tenido varios y variados, unos al principio de establecernos, otros con motivo de la celebración allí de nuestras bodas de plata, y otros porque sí.
Fernando y Carlos, que colaboraron con eficacia en algunas prestaciones del primer establecimiento, aportaron una parra virgen, que, oportunamente dirigida, ha creado un hermoso emparrado. También una higuera de las de dos cosechas (de brevas a higos según el orden de llegada), pero que por lo extremo del clima nunca llegan a madurar; lo que sí produce, a su lado, es un olor profundo y cálido.
Un doméstico abeto de Navidad de la hermana de Merce se salvó del basurero acogido en nuestro territorio. Y un pequeño pino del entierro (tal cual) de la cuñada de Josega, que al parecer algunos tanatorios los ofrecen como sana medida ecológica.
Nuestro «árbol de la vida»
De nuestras bodas de plata hubo un regalo singular que permanece con veneración. Julián nos trajo un “árbol de la vida”, y tal sentido quiso darlo, bendición incluida. Nos pidió a los asistentes que escribiésemos cada uno en un papel nuestro deseo para la ocasión, y que juntásemos todos en un cofrecillo que se depositó en el hueco de la plantación. Y desde allí se habrán incorporado los sentimientos, de manera misteriosa, al crecimiento del árbol.
Hubo un momento de intranquilidad que por fortuna acabó felizmente; y es que a los pocos años, por reordenación de los perfiles de la parcela, había que enterrar parte del tronco, casi dos metros, aunque permaneciendo al aire las ramas superiores y por supuesto las hojas. ¿Aguantaría el ser vivo este maltrato? Pues fue que sí, y ahí sigue recordándonos aquella celebración y otras muchas más.
- c) Y pasamos a los clasificados como de propio intento nuestro. Los más importantes, los acebos, se merecen capítulo propio, que ya vendrá.
Nos llegó un olivo a través de Fidel; debía proceder de una “reurbanización “ de alguna finca; había que tener un árbol no sólo bíblico sino de casi todas las culturas. Todos los años da unas olivas de tamaño pequeño; el primer año, tras oír a unos y otros nos pusimos en la tarea de hacerlas comestibles; demasiado trabajo para poco rendimiento. Que nos perdonen los apóstoles del autoconsumo, pero los pájaros consiguen mejores rendimientos si se las dejamos.
Una postal de flores blancas
El almendro sí aporta, aunque parece que con más abundancia en años alternos. Ahí sí tenemos que estar en competencia con los pájaros, porque a poco que nos retrasemos, nuestra cosecha será recoger del suelo las cáscaras picadas y vaciadas. Pero si no hay nevada a destiempo, siempre tendremos la postal de las flores blancas.
Completa nuestra aportación voluntaria un pino que nos trajimos del cercano Marugán, que al venir cabía justito en el maletero del coche, y hoy ni con un camión sería transportable. Ni lo pretendemos.
- d) Venidos con el viento. O en el pico o en el buche de algún pájaro más o menos cantor.
El álamo llegó y creció y creció. Afortunadamente, no sé si con intención de no molestar demasiado, o porque le venía bien el abrigo de la tapia, se colocó en un borde del territorio, justo detrás del sauce, para no quitarnos demasiado de nuestra amplísima vista de las puestas de Sol.
La roca es más débil
La “joya de la corona”, que dirían los cursis, es un ejemplar que apareció muy calladamente. Vimos un día que de una fina fisura de una de las rocas del terreno aparecía un breve brote. Bueno déjalo, ya veremos qué sale. Y el brote fue haciéndose mayor. Su convivencia con la roca debía ser de un cierto debate dialéctico: veremos quién puede más, si una dura roca de granito del Guadarrama, o un vegetal de superficies moldeables. Os adelanto que la roca es más débil.
Acabaron haciéndose amigos, para ejemplo de tantos convivientes con principios, formas y maneras contrapuestas. Hoy disfrutan del mismo territorio, removiéndose un poquito la roca, y adaptando con la topografía más cercana el árbol las figuras de su arranque hacia arriba.
Un cedro. Nos han dicho que es un cedro. No sé si del Líbano o más cercano. Es la bienvenida a nuestra parcela, justo junto a la puerta. Serán cerca de quince metros de Naturaleza puesta allí porque sí.
Pepe de Lucas
(imagen, Pixabay)