“No es el pasado el que determina el presente, sino el presente el que determina el pasado” (Gunther Schmidt). Cuando leí por primera vez este pensamiento me pareció que era contradictorio: ¿cómo el presente puede determinar el pasado?
Pero es cierto que el presente, mi estado emocional actual, puede influir en cómo se vive el pasado, pues, tanto uno como otro son dinámicos y tienen cierta plasticidad para el cambio. Cuando desde mi momento presente revivo el pasado, es como como si contemplara esas situaciones teñidas de mis sentimientos actuales. Así, no es lo mismo pensar en mi infancia en un día resplandeciente de alegría, que rememorar ese mismo período en un día preñado de tristeza. Por ejemplo, podemos recordar un castigo impuesto por nuestros padres tras cometer una falta, con un tinte de malestar, o relatar ese mismo acontecimiento con una “pizca” de humor o como hecho de otra época. El pasado, pues, se contempla como desde un calidoscopio, que dependiendo del ángulo de sus espejos así proyectará la imagen duplicada o triplicada. Vivencia positiva o negativa.
Por otra parte, nuestros recuerdos están filtrados por la imagen que tenemos de nosotros mismos. Vamos “construyendo” nuestras experiencias pasadas en función de nuestra personalidad y nuestro estilo de vida. Incluso la edad puede condicionar nuestros recuerdos. Según algunos estudios los jóvenes se acuerdan por igual tanto de los malos como de los buenos recuerdos, pero las personas ancianas visualizan mejor sus experiencias positivas.
Y aunque es cierto, que la infancia puede condicionar nuestro presente, no lo determina. Así, porque mi padre haya padecido una adicción al alcohol, no quiere decir que yo necesariamente tenga que ser un alcohólico.
Es un error, pues, defendernos de la situación presente diciendo que soy así, porque “tuve a unos padres ausentes, o maltratadores o que me valoraban muy poco”, por poner solamente algunos ejemplos. Cada uno es así o «asao», no por lo que ha vivido, sino cómo lo ha vivido. Es decir, por la actitud que se tomó ante el conflicto o el trauma.
Con gran clarividencia Ulrike Dahm en su libro Reconcíliate con tu infancia, señala algunas consecuencias que implica el vincular nuestra situación actual a un pasado conflictivo. Según esta autora puede dar lugar a tres actitudes básicas:
1) Mi problema es irreversible (el pasado no se puede cambiar).
2) Me siento víctima de mi pasado y por lo tanto no soy responsable de mi forma de ser.
3) Siempre quedará la duda si la raíz profunda de la situación presente está en el pasado, pues éste no se puede verificar.
En consecuencia, se puede llegar a la conclusión que es imposible cambiar y por lo tanto la persona se estanca en su malestar y sufrimiento.
La contestación a la pregunta inicial no tiene una respuesta simple. Se podría decir que el tiempo vivencial, no el cronológico, no es lineal sino circular. Es decir, el pasado influye en el presente y viceversa, y ambos construyen el futuro.
Por Alejandro Rocamora, psiquiatra
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